El
hombre trotaba por el parque escuchando música en su celular. Su
lista de reproducción era bastante exigua, por lo que en menos de
una semana terminaba escuchando los mismos temas que al inicio de la
misma; sin embargo el desgano era mayor que su necesidad de escuchar
música, por lo que no se daba el tiempo de incluir más canciones en
su lista y seguía escuchando las mismas de siempre, una tras otra
vez.
El
hombre acostumbraba trotar todos los días a la misma hora, después
de volver del trabajo. Luego de años haciendo lo mismo ya se había
acostumbrado a las caras de siempre, pues parecía que todos los
corredores de esa hora, tal como él, seguían esa costumbre a través
del tiempo. Pese a ello nunca el hombre intentó, o siquiera pensó,
en saludar a nadie; él salía a correr por sí mismo y para sí
mismo, y no necesitaba más contacto humano que el que tenía con sus
compañeros de trabajo.
Una
tarde cualquiera apareció en la misma ruta que él hacía un nuevo
corredor. El hombre era mayor, de pelo canoso, algo más bajo que él,
pero que a diferencia suya era terriblemente comunicativo; mientras
trotaba saludaba a todo aquel con quien se cruzara, y en varias
ocasiones se detenía a conversar con quien le respondiera. Sin
embargo, cuando el anciano se cruzó en el camino del hombre, miró
hacia el suelo y no le dirigió la palabra.
El
hombre seguía corriendo todos los días, y se seguía encontrando
con el anciano, quien cada día parecía tener más amigos. El hombre
se dio cuenta que el anciano parecía no poder mover su brazo
izquierdo, y la mitad izquierda de la cara; sin embargo ello no le
impedía comunicarse con todo aquel que se cruzara en su camino.
Esa
tarde el hombre venía llegando del trabajo. Todo el día se había
sentido mal, le costaba respirar y le dolía la cabeza salvajemente.
El hombre sentía haber estado sometido a demasiado estrés, y que
ello le había causado todas las molestias, por tanto al llegar a
casa se cambió de inmediato de ropa para poder salir a correr y
sacarse de encima el mal día.
El
hombre llevaba cerca de tres kilómetros corriendo; extrañamente esa
tarde no había nadie en su camino. De pronto notó a la distancia a
mucha gente amontonada conversando feliz, y creyó ver al anciano en
el lugar, aglutinando a todo el mundo. De pronto el hombre sintió
que el dolor de cabeza aumentaba, su visión se hizo borrosa, perdió
las fuerzas del lado izquierdo del cuerpo y cayó al suelo; a medida
que pasaban los segundos y minutos, el dolor de cabeza aumentaba,
hasta llegar a tal punto de perder la conciencia. El hombre siguió
botado en el suelo sin recibir ayuda de nadie, hasta que de pronto el
accidente vascular que estaba sufriendo hizo que su corazón y sus
pulmones dejaran de funcionar. A la distancia el anciano miraba la
escena, mientras mantenía a todos en torno a él; de pronto el
anciano empezó a desmaterializarse frente a todo el mundo. Antes de
desaparecer de este planeta, miró al cielo dando las gracias por la
oportunidad de acabar con su vida el día que había sido salvado por
los otros corredores que ahora lo rodeaban y no se explicaban por qué
se estaba desvaneciendo.