Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, diciembre 18, 2019

Trote

El hombre trotaba por el parque escuchando música en su celular. Su lista de reproducción era bastante exigua, por lo que en menos de una semana terminaba escuchando los mismos temas que al inicio de la misma; sin embargo el desgano era mayor que su necesidad de escuchar música, por lo que no se daba el tiempo de incluir más canciones en su lista y seguía escuchando las mismas de siempre, una tras otra vez.

El hombre acostumbraba trotar todos los días a la misma hora, después de volver del trabajo. Luego de años haciendo lo mismo ya se había acostumbrado a las caras de siempre, pues parecía que todos los corredores de esa hora, tal como él, seguían esa costumbre a través del tiempo. Pese a ello nunca el hombre intentó, o siquiera pensó, en saludar a nadie; él salía a correr por sí mismo y para sí mismo, y no necesitaba más contacto humano que el que tenía con sus compañeros de trabajo.

Una tarde cualquiera apareció en la misma ruta que él hacía un nuevo corredor. El hombre era mayor, de pelo canoso, algo más bajo que él, pero que a diferencia suya era terriblemente comunicativo; mientras trotaba saludaba a todo aquel con quien se cruzara, y en varias ocasiones se detenía a conversar con quien le respondiera. Sin embargo, cuando el anciano se cruzó en el camino del hombre, miró hacia el suelo y no le dirigió la palabra.

El hombre seguía corriendo todos los días, y se seguía encontrando con el anciano, quien cada día parecía tener más amigos. El hombre se dio cuenta que el anciano parecía no poder mover su brazo izquierdo, y la mitad izquierda de la cara; sin embargo ello no le impedía comunicarse con todo aquel que se cruzara en su camino.

Esa tarde el hombre venía llegando del trabajo. Todo el día se había sentido mal, le costaba respirar y le dolía la cabeza salvajemente. El hombre sentía haber estado sometido a demasiado estrés, y que ello le había causado todas las molestias, por tanto al llegar a casa se cambió de inmediato de ropa para poder salir a correr y sacarse de encima el mal día.

El hombre llevaba cerca de tres kilómetros corriendo; extrañamente esa tarde no había nadie en su camino. De pronto notó a la distancia a mucha gente amontonada conversando feliz, y creyó ver al anciano en el lugar, aglutinando a todo el mundo. De pronto el hombre sintió que el dolor de cabeza aumentaba, su visión se hizo borrosa, perdió las fuerzas del lado izquierdo del cuerpo y cayó al suelo; a medida que pasaban los segundos y minutos, el dolor de cabeza aumentaba, hasta llegar a tal punto de perder la conciencia. El hombre siguió botado en el suelo sin recibir ayuda de nadie, hasta que de pronto el accidente vascular que estaba sufriendo hizo que su corazón y sus pulmones dejaran de funcionar. A la distancia el anciano miraba la escena, mientras mantenía a todos en torno a él; de pronto el anciano empezó a desmaterializarse frente a todo el mundo. Antes de desaparecer de este planeta, miró al cielo dando las gracias por la oportunidad de acabar con su vida el día que había sido salvado por los otros corredores que ahora lo rodeaban y no se explicaban por qué se estaba desvaneciendo.