El
escritor miraba el cielo por la ventana mientras se tomaba un café.
Esa mañana las musas lo habían acompañado por lo que había
avanzado varias páginas de su nuevo proyecto. Sin embargo su cabeza
no parecía estar en el texto que estaba trabajando sino más allá,
y pese a sus esfuerzos no lograba descubrir dónde era ese más allá.
Pese al calor que hacía a esa hora el escritor decidió salir a
caminar para despejar su mente y encontrar el foco de su
preocupación; el hombre revisó su ropa y su calzado, se colocó un
sombrero delgado, y salió a la calle no sin antes haber apagado el
computador y grabado el texto recién escrito.
El
escritor decidió salir en bicicleta. Bajo el abrasador sol el hombre
pedaleaba pausadamente por la ciclovía, tratando de dejar libre a su
mente para encontrar ese más allá donde se enfocaba su cabeza.
Mientras era sobrepasado por todos los ciclistas que a esa hora
circulaban por el lugar, en su mente empezó a verse mucho más viejo
de lo que era; en algún momento llegó a pensar que su cerebro le
estaba anticipando su muerte, pero de inmediato desechó esa idea. El
hombre era demasiado joven para morir, y no tenía ninguna enfermedad
que apurara el final de sus días.
Una
hora más tarde el hombre seguía pedaleando, y seguía viendo en su
mente su imagen envejecida. Ya había perdido la cuenta de cuántos
ciclistas lo habían adelantado, y había notado que su avance había
sido mínimo; ello era esperable, pues no usaba su bicicleta para
correr ni desplazarse, sino simplemente para pasear y despejar su
mente. En un instante el calor lo hizo detenerse a beber agua; de
pronto empezó a fijarse en el resto de los ciclistas. Tal vez
llevaba demasiado tiempo desconectado de los medios, pero las ropas y
las bicicletas que usaban le parecían demasiado extrañas. En ese
momento empezó a fijarse en los peatones, y se dio cuenta que sus
ropas tampoco le parecían habituales; sin embargo quienes lo miraban
no se sorprendían de su bicicleta ni de sus vestimentas. El escritor
decidió volver a su casa, para poder conectarse a internet y ver qué
había pasado en el mundo mientras él sólo escribía.
Media
hora después el hombre estaba de vuelta en su casa, luego de haber
duplicado la velocidad de su pedaleo. El hombre encendió el
computador y lo primero que hizo fue fijarse en la fecha: cual no
sería su sorpresa al ver que el calendario del aparato arrojaba
quince años más que lo que mostraba cuando él salió a pedalear.
El hombre se puso de pie y partió corriendo al baño: ahí, en el
espejo, estaba el mismo rostro que su mente había visto un par de
horas antes. Al volver a su dormitorio miró las paredes, las cuales
se veían más descoloridas que antes; en una de ellas había dos
galvanos de premios que estaba seguro que aún no había ganado.