Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, febrero 05, 2020

Ente

La sombra del ente se proyectaba en la muralla esa calurosa noche de verano, a la luz de las luminarias. La gente que caminaba a esa hora por la calle no notaba la sombra, pues el ente no tenía cuerpo físico sino sólo espiritual; así, podía moverse libremente por la ciudad sin ser interrumpido, chocado, o siquiera interpelado por alguien a quien molestara su presencia. Pese a que nadie lo podía ver, el ente era capaz de ver a todo el mundo, y casi por costumbre evitaba a quienes se cruzaban en su camino, a sabiendas que si no lograba evitar a alguien nada pasaría pues su realidad vibraba a una frecuencia distinta al plano en que se encontraba en ese momento.

El ente se movía entre los cuerpos humanos. Ya no recordaba cuándo es que había tenido cuerpo, si es que ello había sucedido alguna vez; su memoria era inestable, y sólo recordaba aquello que necesitaba para el día a día, que era prácticamente nada: su realidad era simplemente existir, lo que no le generaba ningún gasto o incomodidad. El ente simplemente era, y hasta donde sabía, no podía dejar de ser, a menos que su creador determinara otra cosa.

El ente seguía deambulando en el plano físico. Aún no lograba entender por qué su sombra era visible y su cuerpo no, pero ello no era materia de su conocimiento, por lo que no le daba mayor importancia. De pronto el ente se detuvo intrigado: frente a él estaba parado un humano pequeño, que le movía las manos y se reía al verlo. El ente creyó que el humano simplemente jugaba solo, y se movió hacia un lado. En ese momento el pequeño humano giró hacia donde él se había desplazado y le seguía haciendo fiestas. El ente no comprendía nada, y no sabía dónde podía encontrar la respuesta a esa extraña actitud.

El ente seguía sorprendido, y seguía moviéndose para evaluar la capacidad del pequeño humano de verlo. De pronto otro pequeño humano apareció, y también fue capaz de verlo y de hacerle fiestas. El ente cada vez entendía menos, y ahora se movía para evaluar a ambos humanos. A los pocos minutos muchos pequeños humanos aparecieron y vieron al ente, quien ya no evaluaba a los humanos, sino simplemente se movía entre ellos para divertirlos; en aquel momento el ente empezó a disfrutar a los pequeños humanos, y simplemente se dejó llevar por la interacción con ellos. Nadie sería capaz de explicarle que estaba en el patio de un jardín infantil, y que los pequeños humanos aún eran capaces de ver entidades acorpóreas hasta cierta edad. Tampoco nadie le explicaría que lo que estaba haciendo se llamaba jugar, y que la sensación que tenía al moverse entre los pequeños se llamaba felicidad.