El
francotirador miraba con desdén a través de la mirilla de su fusil
Barret .50 a la cabeza de su objetivo asignado. A su lado el
observador le hablaba del viento, de la altura, de la distancia, de
los clics en la mira que debía usar para acertar la primera bala que
lanzara y así aprovechar el factor sorpresa; el tirador escuchaba
concentrado las instrucciones del observador y hacía los ajustes
necesarios, sin embargo en su cabeza empezaba a preguntarse por qué
debería dispararle en la cabeza a un desconocido por órdenes de
otros desconocidos que estaban en su cadena de mando.
El
tirador intentaba recordar qué hacía antes de la guerra, esa guerra
sin sentido que tenía a medio mundo en vilo y a la otra mitad
matando y muriendo. Ya no recordaba cuántos años llevaba disparando
a la cabeza a desconocidos a cientos de metros de distancia; en su
mirilla eran como pequeños muñecos de juguete que se movían
siguiendo órdenes de otros muñecos. Cuando recibía la autorización
jalaba el gatillo, y en su mirilla la cabeza del muñeco se
transformaba en una masa roja y el muñeco en un muñeco muerto y a
veces hasta decapitado por el peso de la bala.
Reponedor
de supermercado. Eso hacía antes de entrar al ejército como
recluta. Cuando empezó la guerra y llamaron a voluntarios para
nutrir las filas del ejército, de inmediato se inscribió para huir
de ese destino que lo tenía encerrado doce horas al día entre un
supermercado y una empresa. Al empezar el entrenamiento de inmediato
se destacó, y a los pocos meses le ofrecieron el curso de
francotirador, el que aprobó sin mayores contratiempos. Ahora ya
llevaba cinco años en una guerra que parecía no tener fin, dedicado
a matar objetivos específicos, y sin ver la posibilidad de volver a
una vida medianamente normal.
El
francotirador miraba al objetivo a través de la mirilla mientras el
observador no dejaba de dar instrucciones. En el momento en que el
observador estuvo conforme y le dijo que lanzara la bala, el tirador
intentó ponerse en el lugar de su objetivo. A la distancia intentó
meterse en su mente para intentar saber en qué trabajaba antes de la
guerra, si tenía esposa, hijos, padres, hermanos, si tenía casa,
perro, gato, o hasta un canario. De pronto su cabeza estalló en una
nube de fuego: mil doscientos metros hacia el sur, un francotirador
del enemigo no se detuvo a pensar en él ni por un solo momento.