Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, marzo 11, 2020

Rostro

El anciano miraba los letreros en la pared, tratando de leer lo que decían. Con la edad y las enfermedades su vista había estado empeorando ese último tiempo, haciéndolo ver todo borroso, en especial los rostros de las personas. El anciano había visitado a su oculista de siempre quien le hizo la evaluación de rutina; luego de descartar glaucoma y cataratas se dedicó a buscar cuál era la graduación más adecuada para indicarle anteojos. Luego de cuarenta y cinco minutos el médico se dio por vencido, pues le fue imposible encontrar con qué anteojos el anciano podría dejar de ver borroso. Finalmente le indicó aquellos que se acercaban más a mejorar su agudeza visual, y le indicó el nombre de un colega más joven para que lo evaluara. Luego de terminada la consulta el anciano salió de la consulta, y botó la receta y el nombre del otro profesional.

El anciano caminaba cabizbajo por la calle. Su vista le permitía caminar sin dificultad, pero todo se complicaba al intentar enfocar la mirada. Letreros, diarios, pancartas y rostros humanos le eran terreno casi desconocido. De pronto el anciano empezó a fijarse con mayor cuidado, logró concentrarse y enfocar las palabras en los textos de la calle; de a poco pudo empezar a leer letreros y demases, lo que le alegró en parte el día. Sin embargo los rostros, por algún motivo desconocido, aún se mantenían borrosos para él. Y lo peor de todo es que su oculista de toda la vida, no había sido capaz de ayudarlo.

El anciano caminaba lentamente. Ya había desistido de mirar a la gente a la cara, pues sólo lograba ver manchas, lo que lo incomodaba tremendamente; ahora se contentaba con leer todo aquello que se le cruzaba por delante, para ayudar a mejorar su ánimo y distraerse de su incapacidad de ver los rostros de las personas. De vez en cuando la vista se le iba, levantaba la cabeza, y se encontraba con el mismo panorama de costumbre.

El anciano se sentó en un banco a la mitad de una cuadra, bajo la sombra de un enorme árbol, con la vista pegada al piso. De pronto una mujer se paró frente a él, puso su índice bajo el mentón del anciano, y levantó suavemente su cabeza. El anciano quedó sorprendido: podía ver claramente el rostro de la mujer de edad media, su piel oscurecida por el sol, sus ojos oscuros, sus arrugas. El anciano intentó decir algo; la mujer lo hizo callar, se sentó a su lado, y puso su cabeza en el hombro del anciano. La mujer había encontrado un rostro visible luego de un par de años de no ver el rostro de nadie.