El viejo
escuchaba un partido de fútbol en su vieja radio a pilas portátil.
La radio era un antiguo aparato que sólo captaba emisoras AM, y que
pasaba puesto en la misma radio de siempre, pues el hombre sólo la
usaba para escuchar partidos de fútbol y nada más. Esa tarde el
hombre estaba sentado en la acera con la radio pegada al oído
izquierdo, mientras en la derecha tenía una caja de vino que de vez
en cuando colocaba en su boca para pasar la sed y la soledad.
Esa tarde el
hombre caminaba por la avenida sin apuro, cuando de pronto recordó
que estaba por empezar un partido, y decidió que lo quería
escuchar. Sin mayores aspavientos el viejo se sentó en el suelo,
sacó su radio y su caja de vino, encendiendo el aparato para
escuchar el partido, dejando su cerebro concentrado sólo en escuchar
el relato de la radio.
Diez minutos
más tarde una caravana de vehículos se detuvo frente al anciano: el
hombre se había sentado a la entrada de una embajada donde se
llevaría a cabo una reunión de personeros de estado con el
embajador. Los funcionarios de seguridad se bajaron raudos del primer
vehículo, y uno de ellos se dirigió al anciano derechamente para
sacarlo del lugar. El viejo no despegó su mano izquierda de su radio
ni la derecha de la caja de vino.
El guardia
empezó a increpar al anciano sin que éste se inmutara. De pronto el
guardia perdió los estribos y tomó al anciano por el brazo para
sacarlo por la fuerza: el hombre tironeó del brazo al anciano sin
lograr moverlo. El hombre miró sorprendido al anciano, y decidido a
sacarlo tomó el brazo con ambas manos y con todas sus fuerzas lo
tironeó: el viejo siguió en su sitio sin moverse, y sin siquiera
acusar molestias por los tirones del guardia.
El guardia
no entendía bien qué pasaba con el anciano. De inmediato el guardia
llamó a sus colegas, quienes se dispusieron a sacar al anciano por
la fuerza del lugar. Cuatro hombres macizos y entrenados se
dirigieron al lugar, tomaron entre los cuatro al anciano desde sus
extremidades y se prepararon a echarlo del lugar; luego de tres
minutos de intentar sacarlo del lugar los hombres soltaron al anciano
sin siquiera lograr moverlo un centímetro de su posición original.
El anciano miró a los hombres y empinó un sorbo de su caja de vino,
sin despegar la radio de su oreja izquierda.
Diez minutos
más tarde los guardias autorizaron al personero a bajarse del
vehiculo, teniendo en claro que no podrían mover al anciano, y que
pese a todo no parecía representar riesgo alguno. El hombre caminó
hacia la entrada de la embajada y se detuvo frente al anciano, lo
miró, y le dijo en voz alta que tenía la radio apagada. El anciano
enderezó su cabeza, miró a los ojos al personero, le dio las
gracias y se desvaneció frente a todos. En el pavimento frente a la
embajada quedaron la radio sin pilas y la caja de vino sin abrir.