Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, abril 08, 2020

Radio

El viejo escuchaba un partido de fútbol en su vieja radio a pilas portátil. La radio era un antiguo aparato que sólo captaba emisoras AM, y que pasaba puesto en la misma radio de siempre, pues el hombre sólo la usaba para escuchar partidos de fútbol y nada más. Esa tarde el hombre estaba sentado en la acera con la radio pegada al oído izquierdo, mientras en la derecha tenía una caja de vino que de vez en cuando colocaba en su boca para pasar la sed y la soledad.

Esa tarde el hombre caminaba por la avenida sin apuro, cuando de pronto recordó que estaba por empezar un partido, y decidió que lo quería escuchar. Sin mayores aspavientos el viejo se sentó en el suelo, sacó su radio y su caja de vino, encendiendo el aparato para escuchar el partido, dejando su cerebro concentrado sólo en escuchar el relato de la radio.

Diez minutos más tarde una caravana de vehículos se detuvo frente al anciano: el hombre se había sentado a la entrada de una embajada donde se llevaría a cabo una reunión de personeros de estado con el embajador. Los funcionarios de seguridad se bajaron raudos del primer vehículo, y uno de ellos se dirigió al anciano derechamente para sacarlo del lugar. El viejo no despegó su mano izquierda de su radio ni la derecha de la caja de vino.

El guardia empezó a increpar al anciano sin que éste se inmutara. De pronto el guardia perdió los estribos y tomó al anciano por el brazo para sacarlo por la fuerza: el hombre tironeó del brazo al anciano sin lograr moverlo. El hombre miró sorprendido al anciano, y decidido a sacarlo tomó el brazo con ambas manos y con todas sus fuerzas lo tironeó: el viejo siguió en su sitio sin moverse, y sin siquiera acusar molestias por los tirones del guardia.

El guardia no entendía bien qué pasaba con el anciano. De inmediato el guardia llamó a sus colegas, quienes se dispusieron a sacar al anciano por la fuerza del lugar. Cuatro hombres macizos y entrenados se dirigieron al lugar, tomaron entre los cuatro al anciano desde sus extremidades y se prepararon a echarlo del lugar; luego de tres minutos de intentar sacarlo del lugar los hombres soltaron al anciano sin siquiera lograr moverlo un centímetro de su posición original. El anciano miró a los hombres y empinó un sorbo de su caja de vino, sin despegar la radio de su oreja izquierda.

Diez minutos más tarde los guardias autorizaron al personero a bajarse del vehiculo, teniendo en claro que no podrían mover al anciano, y que pese a todo no parecía representar riesgo alguno. El hombre caminó hacia la entrada de la embajada y se detuvo frente al anciano, lo miró, y le dijo en voz alta que tenía la radio apagada. El anciano enderezó su cabeza, miró a los ojos al personero, le dio las gracias y se desvaneció frente a todos. En el pavimento frente a la embajada quedaron la radio sin pilas y la caja de vino sin abrir.