El
viejo oficinista miraba las fotografías que había en su escritorio.
Era extraño, pues no tenía idea de quiénes estaban retratados en
dichos recuerdos, pero sabía que él las había puesto ahí, pues
esa era su oficina hacía cerca de diez años, y hasta donde sabía
sólo él y el guardia tenían copia de la llave. El hombre intentaba
recordar las caras, los cuerpos y los eventos que veía en los
retratos, pero su memoria se negaba a entregarle dicha información.
Su cerebro era un archivador con llave, y él había perdido dicha
llave.
El
oficinista estaba trabajando en un reporte económico de una empresa
que había contratado los servicios de la empresa donde él trabajaba
para auditar los procesos del año anterior y así planificar el
segundo semestre del año en curso. Luego de dos meses de recabar
información estaba con todo el material necesario para hacer su
trabajo adecuadamente. Esa mañana el hombre se sentó en su
escritorio, encendió el computador y abrió los archivos que
necesitaba para trabajar: en ese instante el hombre se dio cuenta que
no sabía qué era lo que tenía que hacer ni cómo hacerlo. El
hombre miraba la pantalla y n o sabía qué hacer con la información
en ese momento.
A
la media hora alguien tocó su puerta: era una alumna en práctica
que le habían asignado para que aprendiera de él cómo hacer su
trabajo. La muchacha lo saludó y sin decir más empezó a revisar
los archivos y a redactar el informe. El hombre miraba a la muchacha
trabajar concentradamente sin entender a ciencia cierta qué era lo
que estaba sucediendo, y se sentía mal pues sabía que la muchacha
estaba haciendo su trabajo y que él no era capaz siquiera de
entender lo que ella hacía. La joven de pronto se paró, salió de
la oficina para volver con dos tazas de café caliente; mientras la
muchacha se sentó y empezó a beber el suyo mientras trabajaba, el
hombre bebía de su taza con pena y vergüenza.
Dos
horas más tarde la muchacha terminó su trabajo, luego de lo cual
salió de la oficina. En ese momento entró su jefe sonriendo, pues
había recibido en su correo el informe de la auditoría completo,
ordenado y bien presentado para ser enviado a quienes los habían
contratado para dicho menester. Luego de felicitar efusivamente al
viejo oficinista, se retiró del lugar no sin antes mirar el
escritorio del hombre y fijarse que mantenía esa extraña costumbre
de servirse dos tazas de café. Mientras el jefe salía de la oficina
satisfecho, el viejo oficinista seguía sin entender qué había
sucedido ni quiénes eran las personas en sus fotografías. En otro
plano estaba la muchacha mirando cómo su protegido, quien ya llevaba
cinco años cursando una demencia, intentaba entrar en sus recuerdos
y entender lo que había sucedido; mientras sus deidades se lo
permitieran, no dejaría que el hombre que la salvó de la hoguera
hacía ya diez vidas atrás sufriera por algo que no fuera por su
memoria.