El
hombre estaba sentado en una vieja silla en el oscuro restaurante
bebiendo una cerveza. De fondo se escuchaba una canción de Violeta
Parra, que más que alegrar a la gente la mantenía sumida en un
estado como de introspección, mientras las horas pasaban y la noche
se hacía madrugada; pese a ello nadie se levantaba de sus mesas o
pedía la cuenta, pues todos estaban demasiado concentrados en sí
mismos gracias a la música que sonaba interminable por los parlantes
del lugar.
De
pronto y de la nada, a tres mesas de distancia de la del hombre que
bebía cerveza en silencio, unos gritos se dejaron escuchar,
quebrando la calma del restaurante. Acto seguido dos hombres ebrios
se pusieron de pie y empezaron a lanzarse golpes sin que ninguno
fuera capaz de acertar siquiera en alguna parte del cuerpo de su
rival. Uno de los hombres cayó sentado al suelo quedándose dormido
en el lugar, mientras el otro seguía lanzando golpes a diestra y
siniestra sin acertar a nada ni a nadie. El hombre empezó a moverse
entre las mesas, hasta que llegó donde estaba el hombre que bebía
cerveza; de improviso lanzó dos golpes directo al rostro del hombre,
quien sin dificultad los bloqueó, para de inmediato ponerse de pie y
en guardia. El ebrio al verlo de pie empezó a lanzar una ordenada
andanada de golpes de puño, que el hombre bloqueó sin siquiera
despeinarse.
El
ebrio miraba al hombre sin ser capaz de entender la facilidad con que
éste bloqueaba sus ataques. Recordando su época de juventud, en que
se había dedicado al boxeo por cerca de quince años, el ebrio se
desperezó y empezó a lanzar combinaciones al hombre que bebía,
quien sin mayor dificultad bloqueaba todos sus golpes sin mayor
esfuerzo. El ebrio no lograba entender cómo alguien tan joven sabía
boxear tan bien; según él el hombre que bebía no tenía más de
veinticinco años, pero parecía tener experiencia de alguien que
hubiera peleado por treinta o más años.
El
ebrio seguía lanzando golpes; de pronto el hombre que bebía se
agazapó y le lanzó un potente gancho al mentón que no fue capaz de
bloquear y que lo derribó, dejándolo tendido en el suelo y
estupefacto: estaba seguro de haber recibido ese ataque hacía más
de treinta y cinco años de parte de un peleador de su edad, que
había fallecido diez años antes. Finalmente la mezcla entre el
alcohol y el gancho al mentón hizo que el ebrio se quedara dormido
tendido en el suelo.
El
hombre que bebía pidió la cuenta, tomó su chaqueta y se fue del
lugar. El hombre no entendía por qué lo miraban tanto, ni menos por
qué se hacían a un lado para que pasara; de pronto vio al borracho
durmiendo al lado de su mesa sin entender bien qué había sucedido.
Por breves segundos su alma recordó su encarnación anterior,
dándole a un viejo rival un segundo round que había quedado
pendiente treinta y cinco años y una vida atrás.