Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, mayo 06, 2020

Boxeador

El hombre estaba sentado en una vieja silla en el oscuro restaurante bebiendo una cerveza. De fondo se escuchaba una canción de Violeta Parra, que más que alegrar a la gente la mantenía sumida en un estado como de introspección, mientras las horas pasaban y la noche se hacía madrugada; pese a ello nadie se levantaba de sus mesas o pedía la cuenta, pues todos estaban demasiado concentrados en sí mismos gracias a la música que sonaba interminable por los parlantes del lugar.

De pronto y de la nada, a tres mesas de distancia de la del hombre que bebía cerveza en silencio, unos gritos se dejaron escuchar, quebrando la calma del restaurante. Acto seguido dos hombres ebrios se pusieron de pie y empezaron a lanzarse golpes sin que ninguno fuera capaz de acertar siquiera en alguna parte del cuerpo de su rival. Uno de los hombres cayó sentado al suelo quedándose dormido en el lugar, mientras el otro seguía lanzando golpes a diestra y siniestra sin acertar a nada ni a nadie. El hombre empezó a moverse entre las mesas, hasta que llegó donde estaba el hombre que bebía cerveza; de improviso lanzó dos golpes directo al rostro del hombre, quien sin dificultad los bloqueó, para de inmediato ponerse de pie y en guardia. El ebrio al verlo de pie empezó a lanzar una ordenada andanada de golpes de puño, que el hombre bloqueó sin siquiera despeinarse.

El ebrio miraba al hombre sin ser capaz de entender la facilidad con que éste bloqueaba sus ataques. Recordando su época de juventud, en que se había dedicado al boxeo por cerca de quince años, el ebrio se desperezó y empezó a lanzar combinaciones al hombre que bebía, quien sin mayor dificultad bloqueaba todos sus golpes sin mayor esfuerzo. El ebrio no lograba entender cómo alguien tan joven sabía boxear tan bien; según él el hombre que bebía no tenía más de veinticinco años, pero parecía tener experiencia de alguien que hubiera peleado por treinta o más años.

El ebrio seguía lanzando golpes; de pronto el hombre que bebía se agazapó y le lanzó un potente gancho al mentón que no fue capaz de bloquear y que lo derribó, dejándolo tendido en el suelo y estupefacto: estaba seguro de haber recibido ese ataque hacía más de treinta y cinco años de parte de un peleador de su edad, que había fallecido diez años antes. Finalmente la mezcla entre el alcohol y el gancho al mentón hizo que el ebrio se quedara dormido tendido en el suelo.

El hombre que bebía pidió la cuenta, tomó su chaqueta y se fue del lugar. El hombre no entendía por qué lo miraban tanto, ni menos por qué se hacían a un lado para que pasara; de pronto vio al borracho durmiendo al lado de su mesa sin entender bien qué había sucedido. Por breves segundos su alma recordó su encarnación anterior, dándole a un viejo rival un segundo round que había quedado pendiente treinta y cinco años y una vida atrás.