El
estudiante estaba sentado en su escritorio en la pensión donde
arrendaba una habitación para vivir, luchando contra sus
incontenibles ganas de dormir mientras tenía frente a él una guía
que debía desarrollar para la mañana siguiente. La carga académica
en su carrera era enorme, por lo que a la una de la mañana aún le
quedaba dicho trabajo por terminar, y que más encima debía entregar
a las ocho de la mañana. El joven veía en el reloj de su computador
cómo la hora avanzaba inexorablemente sin que fuera capaz de
encontrar cómo desarrollar el tema. Mientras miraba el techo y las
paredes en busca de la iluminación necesaria para completar su
trabajo, se dio cuenta que el reloj de pared que tenía sobre el
computador estaba parado a las dos con cincuenta minutos.
Probablemente su pila se había agotado mientras él estaba en
clases, y recién a esa hora lo había notado. Debería recordar
entonces al día siguiente comprar una pila para reponer la del reloj
en la librería de la universidad.
La
hora avanzaba y nada aparecía en la cabeza del muchacho. El reloj
del computador marcaba las dos de la mañana, y su mente seguía en
blanco. El joven se paró en silencio y se dirigió lo más sigiloso
que pudo a la cocina de la pensión a prepararse un café, pues ya
sabía que esa noche sería eterna, y probablemente la pasaría en
vela mientras lograba desarrollar la guía. Luego de tomarse el café
y conversar a susurros con otro alumno desvelado en la cocina volvió
a su habitación. El reloj del computador marcaba las dos y media de
la mañana.
La
hora pasaba y el muchacho no sabía qué hacer para estimular su
cerebro. De pronto algo hizo click en su cabeza, sacó los apuntes de
una clase dictada dos semanas atrás, y ahí por fin encontró el
modo de desarrollar la mentada guía. El joven vio la hora en el
computador, ya eran las dos con cincuenta minutos. Si se apuraba
pretendía terminar el trabajo cerca de las cuatro de la mañana, lo
que le aseguraría al menos un par de horas de sueño. Sin más que
pensar empezó a revisar los apuntes y a desarrollar su guía.
Al
terminar el trabajo el joven ya estaba muerto de sueño. De reojo
miró el reloj del computador, el que extrañamente aún marcaba las
dos con cincuenta. Seguro de estar viendo visiones producto del sueño
se dispuso a dormir, esperando que el despertador del celular lo
despertara a la hora de siempre. El joven durmió profundamente, y de
pronto despertó sobresaltado: el despertador de su celular no había
funcionado y había pasado de largo.
El
joven se incorporó raudo. De pronto se dio cuenta que algo extraño
estaba pasando, pues su reloj de pulsera seguía marcando las dos con
cincuenta, tal como el reloj del celular. El muchacho encendió el
computador, y su reloj marcaba la misma hora. El muchacho se puso a
contar en silencio hasta ciento veinte, luego de lo cual volvió a
mirar la hora en todos los dispositivos: todos seguían marcando las
dos con cincuenta de la mañana. El joven se quedó sentado en la
silla del escritorio, mientras el reloj de la pared marcaba la hora
que desde ese tiempo sería la única hora existente en su vida.