A
las cuatro de la mañana la anciana caminaba en silencio por el medio
de la acera. A esa hora nadie deambulaba por ese lugar, por lo que la
anciana se sentía tranquila y segura de que nada le habría de
suceder pese a lo avanzado de la hora: En toda su marcha no había
visto pasar más de cuatro vehículos a alta velocidad, por lo que la
mujer sentía que la calle era entera para ella: en medio de la vía
pública, la mujer estaba sola.
La
anciana vestía un viejo y largo chaquetón que le llegaba más abajo
de las rodillas, con el que cubría todo su cuerpo y el resto de su
vieja y raída ropa, y la ayudaba a paliar el frío; calzaba además
unas antiguas botas militares que le quedaban perfectas para sus
hinchados pies. La mujer caminaba erguida, mirando al frente y pese a
su edad, avanzaba con tranco firme y rápido. A esa hora su único
pensamiento era llegar a destino para ponerse ropa más gruesa y
dejar de estar muerta de frío.
La
mujer seguía avanzando. De pronto vio a lo lejos un punto de color
naranja brillante, que lentamente se hacía más grande sin dejar de
ser bastante pequeño; cuando el punto estaba a una cuadra reconoció
lo que era: un cigarrillo encendido en la boca de un hombre alto y
bastante corpulento. La anciana siguió avanzando erguida hacia el
enorme hombre, con la intención de pasar por su lado y seguir su
camino. El hombre pasó al lado de ella: de pronto la mujer sintió
un poderoso brazo que se cerraba sobre su cuello.
El
asaltante ya tenía a la anciana en su poder, en breves segundos
podría llevarse todo lo que la mujer llevaba bajo su elegante abrigo
de piel natural, que pudo reconocer a primera vista por su
experiencia delictiva; era raro que una mujer caminara de madrugada
con dicha prenda, pero ello le había dado una presa fácil. El
hombre intentó meter su mano libre bajo el abrigo; de pronto se
sintió proyectado en el aire por sobre el hombro de la mujer, para
caer pesadamente sobre el pavimento. Antes que el delincuente pudiera
reaccionar, la mujer tenía puesta una de sus botas sobre el cuello
del hombre; sin pensarlo dos veces, la mujer presionó su bota hasta
que un crujido se escuchó bajo ella, y un violento espasmo recorrió
el cuerpo del asaltante, luego de lo cual quedó inmóvil para
siempre. La soldado del ejército ruso de la segunda guerra mundial
ordenó su ropa y siguió su marcha, a ver si esa noche lograba por
fin encontrar la luz para seguir su camino a la inmortalidad.