La
joven muchacha yacía postrada en su cama. Desde hacía un par de
meses la joven no se podía levantar por un dolor gigantesco que
comprometía ambas caderas y le impedía mantenerse en pie. Su
familia, bastante pudiente, la había llevado donde varios
traumatólogos, un par de reumatólogos, un neurólogo e inclusive un
psiquiatra, sin que nadie fuera capaz de explicar la temprana y
repentina invalidez de la muchacha.
La
joven tenía veintidós años, y hasta dos meses atrás era una joven
normal, estudiante regular de una universidad privada, deportista
amateur bastante constante para sus entrenamientos sin por ello dejar
de lado sus estudios, amiga de sus amigos y sin enemigos conocidos.
La joven había estado pololeando hasta hace cuatro meses atrás, por
lo que llevaba dos meses soltera hasta que le dio la extraña
enfermedad. Su padre, a sugerencia del último traumatólogo le había
comprado una silla de ruedas para facilitar su movilidad hasta que
alguien fuera capaz de encontrar la causa de la invalidez de la
joven.
La
muchacha vivía con dolor las veinticuatro horas del día. No había
ningún tratamiento capaz de aliviar su sufrimiento, por lo que su
vida era cada día un poco peor que la jornada anterior. Sin embargo
la joven tenía la fortaleza necesaria para no echarse a morir, por
lo que todas las tardes, al menos de esa última semana, salía a dar
alguna vuelta de algunas cuadras en su silla de ruedas; usando los
guantes que otrora usara para levantar mancuernas, estaba logrando
aumentar paulatinamente la velocidad de desplazamiento, e inclusive
ya estaba pensando en inscribirse en alguna corrida para hacer la
ruta en su silla.
Esa
tarde la muchacha avanzaba rauda por la vereda. De pronto un joven se
cruzó en su camino; la muchacha al verlo quedó paralizada de
terror. Frente a ella estaba su ex pareja, con una expresión de odio
infinito en su rostro. En su mano llevaba un muñeco de tela que
tenía en la cara una foto del rostro de la muchacha, y en el cual se
veía una gruesa aguja con una colorida cabeza roja, que atravesaba
ambas caderas. La muchacha estaba desconcertada, no entendía cómo
su ex pareja estaba haciendo eso con ella. En ese instante el miedo
la invadió: el joven sacó de su bolsillo otra aguja igual a la que
el muñeco tenía clavada, y empezó a clavarla lentamente a la
altura de los hombros del muñeco.