Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, agosto 12, 2020

Palidez

 

La joven mujer se peinaba frente al espejo. Su larga cabellera negro azabache le daba un gran trabajo cada vez que decidía peinarse, debiendo estar a veces más de una hora pasando el peine por su cabello para lograr darle al menos un orden mínimo que le permitiera estar presentable para el mundo. Su pálida tez contrastaba con su oscura cabellera dándole un aspecto de enferma para quienes la veían, cosa que por lo demás nunca le había importado; de hecho para completar el cuadro pintaba sus labios de un color rosado pálido, lo que le daba un aspecto más demacrado aún a su rostro.

La joven mujer terminó al fin de peinarse, por lo que había llegado el momento de vestirse. Su actitud frente a la vida siempre había sido ser llamativa, por lo que se puso un largo vestido de encaje negro que apenas dejaba ver el borde superior de su cuello y que la cubría hasta los talones. Sabía que el color de su traje complicaba más aún la palidez de su rostro, pero ello le acomodaba al saber que incomodaba a quienes la miraban. Pese a ello siempre había algún hombre que se acercaba a ella cuando iba a beber a algún bar, ya fuera por curiosidad o por atracción física. Así, nunca la mujer estaba sola si no era esa su decisión.

La joven mujer ya estaba lista para salir. Tomó su pequeño bolso y se acercó a la puerta de su vieja casona, heredada de su familia hacía ya cerca de seis generaciones. Muchas veces durante su vida sendas empresas constructoras se habían acercado a ella para comprar la edificación, demolerla, y construir en su lugar un edificio; sin embargo el apego que la mujer sentía por el lugar le hacía imposible pensar en venderlo y cambiarlo por otro. En esa casa había nacido y en esa casa viviría el resto de sus días. Justo antes de salir recordó que no había desayunado, por lo que debió desandar sus pasos para comer algo antes de salir.

La joven mujer ahora sí estaba lista para salir. De pronto se miró en el espejo que había detrás de la puerta de entrada y vio un hilo rojo cayendo de su boca. De inmediato se dirigió al baño para limpiar la sangre que había caído de su boca al comer el brazo de uno de los cuerpos que guardaba en el sótano de su casa. Antes de salir volvió al sótano a revisar: esa noche debería capturar una nueva víctima, pues sólo le quedaban un brazo, una pierna, y un muchacho vivo, lo que no le alcanzaría para más de tres días.