El
viejo hombre miraba la pantalla del computador mientras bebía una
taza de café, tratando de encontrar las respuestas a aquellas
preguntas que cientos de veces se había hecho. Esa fría mañana su
vida le había regalado un nuevo quiebre en su realidad, y aún
estaba empezando a digerir lo que se vendría en su vida de ahí en
más. El café lograba darle la sensación de calentar en algo su
cuerpo, efecto que no lograba con su alma, la que seguía congelada
en el tiempo como tantas otras veces en su vida. Su existencia hasta
ese momento era la fiel prueba de la existencia del eterno retorno.
Los
minutos pasaban, el café se consumía, pero su mente seguía
paralizada en el tiempo. Hacía menos de ocho horas su hija menor
había muerto, al igual que sus otros cuatro hijos previamente; todos
habían nacido con una malformación cardíaca congénita, y pese a
ello él y su esposa insistían en seguir creando hijos, a ver si
alguno sobrevivía. Luego del nacimiento de su quinta hija, y al
enterarse que también tenía la malformación, su esposa lo abandonó
con la pequeña, por lo que él estaba a cargo de los cuidados de la
niña, ayudado por su hermana mayor. Pese a saber el destino que le
esperaba a su hija, no dejó nuca de darle los mejores cuidados
posibles.
El
hombre miraba desolado la pantalla. Había encendido el computador
casi por automatismo, y ahora miraba la pantalla esperando que le
diera las respuestas que la vida no era capaz de darle. No entendía
por qué la vida se había ensañado tanto con él, dejándolo solo y
devastado, sin esperanzas para el futuro y sin saber qué camino
tomar. El hombre sabía que tenía una vida armada con trabajo, buen
sueldo y bienes suficientes para subsistir sin problemas; sin embargo
el vacío en su alma era mayor que todos los bienes a su haber.
El
viejo hombre no dejaba de mirar la pantalla del computador. De pronto
su alma se quebró, y gruesas lágrimas empezaron a salir de sus
ojos. En ese instante el hombre sintió una leve presión en su
espalda que lo tranquilizó casi automáticamente. Segundos después
una segunda presión se sumó, y así hasta completar cinco. El
hombre entendió que las almas de sus hijos habían aparecido para
consolarlo; nunca sería capaz de entender que en realidad las almas
de sus hijos estaban intentando quitarle energía para que sufriera
por su porfía al seguir trayéndolos al mundo para una muerte
segura.