Esa mañana la secretaria
estaba terminando de digitar el texto que la tarde anterior había dejado su
jefe en la grabadora. La mujer llevaba quince años trabajando en la empresa por
lo que ya no era novedad para ella que su jefe dejara dictados en la grabadora
para que ella los digitara al día siguiente. Todo estaba bien estipulado dentro
de su contrato, por lo que no estaba haciendo nada especial dicha jornada.
La mujer digitaba
diligentemente sin tomar mucho asunto al contenido, pues su labor era sólo transcribir
sin preocuparse del texto; de todos modos la mujer en muchas ocasiones hacía
correcciones a los dictados cuando su jefe repetía alguna palabra en muchas
ocasiones para evitarle malos ratos a la larga. Sin embargo esa mañana se dio
cuenta que el tenor del texto en algunos párrafos parecía no tener mucha
relación con la empresa, y que su jefe había abusado del uso de comillas para
describir frases que le parecían ininteligibles. Tanto era lo extraño del
texto, que en varias ocasiones su jefe había deletreado ciertas palabras que
parecían estar en un idioma que la secretaria no manejaba.
Luego de media hora
lidiando con un dictado que normalmente no le tomaba más de diez o quince
minutos, la mujer terminó su trabajo. Justo antes de apagar la grabadora
escuchó un mensaje que decía que luego de imprimirlo lo llevara de inmediato a
la oficina para revisarlo junto con su jefe. Ello era lo más extraño, pues
generalmente ese trabajo lo hacía una secretaria mucho más joven y agraciada
que ella, que se sabía en todos lados que era la amante del jefe. Sin darle más
vueltas al asunto la mujer imprimió el texto, arregló un poco su peinado y su
ropa y se dirigió a la oficina de la dirección. Al tocar la puerta, se dio
cuenta que estaba entreabierta.
La mujer entró a la
oficina que se encontraba sólo con luz natural. Su jefe estaba de espaldas,
mirando hacia el infinito por el ventanal. Ella lo saludó: sin darse vuelta ni
responder, el hombre le dijo que leyera el texto en voz alta, y que aquellas
palabras que desconociera las leyera tal y como estaban escritas. La mujer sin
pensarlo dos veces empezó a leer el texto en voz alta, pues aún tenía trabajo
pendiente y no podía seguir perdiendo más tiempo. Mientras leía se veía a
través de la ventana cambios de colores en el cielo, como si estuviera viendo
una aurora boreal; cuando pronunciaba las palabras que no conocía, estaba
segura de sentir el piso temblar. Al terminar la mujer sintió una suerte de
escalofrío recorriendo su cuerpo, el que rápidamente desapareció. El hombre sin
darse vuelta le dio las gracias; la secretaria simplemente dejó el documento en
el escritorio y salió de la oficina, sintiéndose algo extraña, como si se
hubiera resfriado. Su jefe sonreía complacido, por fin había encontrado el
conjuro para quitarle los poderes a la bruja que nunca había sabido acerca de
su esencia.