Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

miércoles, septiembre 09, 2020

Psicópata

 El psicópata estaba sentado en la habitación bajo su casa donde guardaba sus trofeos. El lugar era oscuro pues nunca quiso iluminarlo adecuadamente; tal vez era por el miedo que le causaba el darse cuenta del daño provocado, tal vez por simple desidia. El piso de madera estaba impregnado con la sangre de décadas de decapitaciones, y el olor que emanaba del lugar era casi irrespirable, pues nunca se dio el tiempo de conservar las cabezas de sus víctimas: muchas de ellas llevaban más de veinte años en el lugar, por lo que las partes blandas se habían descompuesto en la habitación, dejando un olor difícil de eliminar de la nariz, y que inclusive le había traído algunos problemas con un par de vecinos, que había solucionado incorporándolos a su colección.

El asesino miraba las paredes repletas de repisas con cabezas en descomposición, e intentaba entender por qué necesitaba decapitar personas y guardar sus cabezas. Era un problema conseguir víctimas más pequeñas que él para que no pudieran oponer resistencia, engañarlas, llevarlas a su casa, asesinarlas, decapitarlas, eliminar sus cuerpos y conservar las cabezas. Cada día lo cansaba más disponer de las personas para satisfacer su pulsión, y a cada momento el nivel de satisfacción era menor. Su psicopatía estaba entrando en crisis, y no veía ninguna solución en el corto o mediano plazo.

El psicópata se puso de pie, ver la habitación en las condiciones en que estaba lo empezaba a deprimir, y sabía que si eso ocurría necesitaría decapitar a alguien para mejorar su ánimo. El hombre subió la escalera: de pronto un violento golpe derribó la puerta de su casa y una horda de hombres uniformados y armados hasta los dientes invadieron su propiedad, gritando que eran policías y que se tirara al suelo. El hombre vio que en el arrimo a la salida de la escalera estaba su cuchillo favorito: sin pensarlo dos veces lo tomó, siendo acribillado y cayendo al suelo ya muerto.

El profesor de matemáticas despertó de su estado de ensoñación. Sus alumnos lo miraban algo preocupados, pues mientras caminaba entre los pupitres se quedó tieso de un momento a otro. Todas las miradas de la sala confluyeron sobre él, salvo la de una alumna que estaba sentada delante del profesor, quien acariciaba con una extraña actitud su delgado cuello.