La orquesta
tocaba una ruidosa melodía para entretener a los comensales del
restaurante. A esa hora el local estaba lleno, y todos buscaban
llenar sus estómagos y oídos de lo que fuera que los alejara de la
realidad del día tras día en que todos estaban envueltos. Los
músicos hacían su trabajo interpretando melodías conocidas por
todos y que eran capaces de desconcentrarlos de la vida diaria y
llevarlos a un mundo soñado en que nadie era quien era sino alguien
diferente, más pudiente y más generoso de lo que en realidad podían
ser.
Los
comensales del restaurante intentaban bailar al ritmo de la orquesta.
Pese a que la mayoría no entendía la diferencia entre ritmo y
armonía, todos intentaban moverse más o menos a lo que se escuchaba
en el restaurante. Mientras todos intentaban bailar, el piso empezó
a vibrar levemente, sin que nadie lo sintiera. Lentamente los meseros
empezaron a sentir el piso algo endeble, pero nada lo suficientemente
fuerte como para empezar una evacuación.
El piso se
movía lenta y rítmicamente y nadie parecía tomarlo en cuenta. La
orquesta seguía funcionando pese al movimiento, y parecía adaptar
su ritmo al de la tierra, como para que nadie notara el temblor y
todos siguieran gozando aquella sempiterna noche. Pese a que varios
notaban el temblor, nadie parecía reaccionar al movimiento.
A esa hora
todos los comensales estaban bailando, y nadie parecía sentir el
temblor, pues todos trataban de seguir el ritmo de la orquesta. De
pronto las paredes se sumaron a la vibración; sin embargo la
intensidad del movimiento tampoco fue suficiente para sacar a los
comensales de su realidad del momento, y todos siguieron comiendo,
bebiendo e intentando bailar para alejarse de la realidad.
Cerca de la
una de la mañana uno de los comensales decidió que había comido y
bebido demasiado y que tal vez ya era hora de iniciar la vuelta a
casa. El hombre pagó su cuenta, dejó una generosa propina, se
despidió de sus compañeros de juerga y dispuso a salir. Al llegar a
la puerta tomó la manilla y la abrió, luego de lo cual se escuchó
un grito que se fue haciendo cada vez más lejano. El guardia que
estaba tras la puerta se acercó y la abrió: mientras veía al
hombre caer al vacío se dio cuenta que el restaurante seguía
elevándose hacia el infinito.