El
anciano miraba con dificultad la pantalla de su computador. El hombre
había aprendido a su tercera edad acerca de los computadores, y pese
a llevar varios años manipulando uno, sus conocimientos eran mínimos
y no avanzaban nada. Su nieto mayor le había regalado uno para estar
más en contacto con él y para que se comunicara con la familia; sin
embargo el anciano apenas había entendido lo que era un correo
electrónico y usaba esa vía para comunicarse sólo con su nieto,
pues era la única dirección que tenía grabada en su agenda.
El
anciano se levantó temprano esa mañana. Luego de bañarse, vestirse
y desayunar quedó desocupado. Una hora más tarde estaba sentado
frente al computador, leyendo las instrucciones que le había dejado
su nieto para encenderlo y entrar a su correo electrónico. Una vez
logró entrar, vio que en su bandeja de entrada había sólo un
correo sin leer, y que no era de su nieto. El joven le había
enseñado de unos correos de un nombre que no lograba recordar, que
gente malvada utilizaba para robar; el anciano miró la pantalla y se
decidió a abrir el correo. Mal que mal el anciano tenía una cuenta
vista en el banco para recibir su exigua pensión, la que no estaba
digitalizada, por lo que según él entendía nada le podía pasar.
El anciano abrió el correo, se colocó sus lentes y leyó el
contenido; al terminar el anciano se puso de pie y comenzó a ordenar
unos papeles.
El
anciano seguía ordenando documentos. Con un grueso plumón escribía
en hojas tamaño carta instrucciones que luego adosaba a algunos
documentos con un par de clips metálicos. El hombre luego sacó una
vieja libreta de ahorros, la revisó, escribió dos cifras y dos
nombres; finalmente tomó todos los documentos y los dejó ordenados
encima de la mesa. El anciano miró el reloj algo nervioso; al ver la
hora se dirigió raudo a buscar un monedero del cual sacó dos
monedas, para luego ir a su dormitorio y cerrar la puerta por dentro.
El
nieto del anciano estaba preocupado, pues hacía tres días que su
abuelo no le contestaba los mail. El joven lo había llamado cerca de
diez veces al teléfono de red fija, sin obtener respuesta. Esa tarde
el joven fue al departamento del anciano y usando una copia de llaves
que su mismo abuelo le había entregado, entró al lugar. De
inmediato encontró en la mesa del comedor una cantidad de documentos
con cifras e instrucciones de uso de dineros; un escalofrío lo
recorrió cuando vio que uno de los itemes era el pago de servicios
fúnebres. El joven entró al dormitorio; en la cama estaba el cuerpo
sin vida del anciano con una sonrisa en el rostro, y una moneda
cubriendo cada uno de sus ojos. Luego de llorar al ver a su querido
abuelo muerto y de avisar por teléfono al resto de la familia, el
joven notó que el computador estaba encendido y en modo hibernación.
Al activarlo apareció en la pantalla un extraño mail que decía
escuetamente: “Hoy a mediodía iré por ti para que viajes conmigo.
No olvides llevar el pago. Caronte”