El
viejo hombre recordaba su pasado con amargura. La culpa lo invadía a
cada segundo, haciéndole la vida tortuosa y dolorosa. Cada cosa que
había pasado en su existencia parecía ser responsabilidad suya, y
ello lo tenía agobiado, sufriendo una pena que le impedía avanzar
en su realidad. A veces veía el futuro como un pozo oscuro lleno de
tormentos; otras veces no era capaz de ver su futuro.
El
viejo hombre avanzaba por la calle con los ojos llorosos. Los
recuerdos lo torturaban a cada momento, y su vida ya casi no parecía
tener sentido. Su camino de vuelta a casa pasaba por un puente que
cruzaba un canal con alto flujo de agua, y bastante peligroso por la
turbiedad del fluido y lo pegajoso del lecho. Cuando el hombre
cruzaba el puente a la mitad, se afirmó de la baranda y saltó al
torrente sin que nadie la alcanzara a detener.
El
viejo hombre era arrastrado por las aguas canal abajo. La fuerza del
fluido lo hundía a cada rato, sin que él intentara nada por
mantener su cabeza afuera. A los doscientos metros uno de sus pies se
enganchó en una raíz en el lecho del canal, quedando atascado con
la cabeza bajo el agua, un par de minutos después la falta de
oxígeno le hizo perder la conciencia, y una extraña escena se
empezó a desarrollar.
El
viejo hombre veía su cuerpo inerte atascado en el lecho del canal.
Su vida parecía estar abandonándolo a cada segundo; de pronto a su
lado aparecieron imágenes de las personas de su pasado mirando su
cuerpo con pena, y haciéndole saber que no era responsable sino sólo
de las decisiones que le importaban a él. En ese instante el viejo
hombre entendió que los muertos de su familia no estaban sobre sus
hombros, sino en las almas de cada cual. Con pena vio cómo su cuerpo
se ponía cada vez más fláccido, y cómo se acercaba a la muerte a
cada segundo. De pronto un torbellino de las aguas bajaron y
levantaron su cuerpo, desenganchándolo del fondo y permitiéndole
avanzar. Cien metros más allá una enorme roca bloqueó el avance de
su cuerpo, luego de lo cual su alma retornó a su lugar para que
empezara a vivir la nueva oportunidad que él mismo se había
regalado.
Cinco
segundos después, el viejo hombre volvió a respirar luego de toser
violentamente, quedando a la espera de la llegada de los equipos de
rescate. Diez segundos después sus manos se resbalaron de la roca;
cinco metros más allá su cabeza se estrelló contra una piedra
mediana, haciendo que su alma se despegara irreversiblemente de su
cuerpo. Ahora su alma cargaba sobre sus hombros la culpa de su última
decisión.