El
perro callejero caminaba lentamente por la concurrida avenida.
Contaba ya con siete años de vida, por lo que las calles no
guardaban secretos para él. El perro sabía que los humanos, esa
raza de animales de piel extraña y que caminaban en dos patas,
podían ser muy cariñosos o muy malvados, por lo que siempre andaba
atento por si alguno intentaba patearlo o lanzarle algún objeto para
lastimarlo. De todos modos ya tenía afinado su instinto, por lo que
no le costaba mucho saber qué humano lo acariciaría, quién lo
alimentaría y quién lo lastimaría.
Luego
de comer unos granos duros pero sabrosos que una humana sacó de una
especie de bolsa de tela que llevaba en uno de sus hombros, y de
beber de una pileta de agua creada por los humanos sin algún fin
comprensible, el perro caminaba buscando caricias. El perro se
acercaba a los humanos con la cabeza y las orejas gachas, y ya había
conseguido que tres o cuatro humanos le entregaran cariño en su
cabeza y cuerpo. Dentro de todo ese estaba siendo un buen día, y eso
lo tenía feliz.
Mientras
caminaba, el perro divisó a una persona que caminaba sola, sin otro
humano acompañándolo. Llevaba un bolso en la espalda, que supuso
podría tener algo de comida para él. Luego de verlo decidió que el
humano no lo dañaría, por lo que se acercó a él directamente. El
humano lo miró, se agachó levemente y acarició su cabeza, para
luego seguir su marcha; el perro no quedó conforme, pues quería
algo de la comida que el humano debería llevar en su bolsa.
Disimuladamente el perro empezó a caminar al lado del humano, quien
ni se inmutó.
El
perro estaba algo frustrado, pero no cejó en su esfuerzo de
conseguir algo de la comida que el humano debería llevar en su
bolsa. De pronto el humano se detuvo, acercó la mano a su bolsillo y
se dio cuenta que el perro estaba a su lado; de inmediato el hombre
empezó a corretear al perro, quien no se movió de su lado. En ese
instante el humano lanzó una patada al perro, quien alcanzó a
esquivarla; el perro estaba desconcertado, era primera vez que su
instinto fallaba. Sin más que hacer el perro se alejó del lugar y
del humano, quien volvió a meter la mano a su bolsillo mientras veía
al perro alejarse. El perro de pronto se detuvo y se dio vuelta a
mirar: en ese instante un ruido ensordecedor y una bola de fuego
salieron del humano, haciéndolo desaparecer, y con él a muchos de
los humanos que estaban a su lado. El perro no entendía nada: en su
especie no existían terroristas que buscaran matar a la mayor
cantidad de perros posibles. Luego de ver la dantesca escena el perro
siguió su marcha, no sin antes entender que su instinto no había
fallado, que el humano no era malo con los animales sino que
simplemente quiso alejarlo del lugar para que la bola de fuego no lo
hiciese desaparecer.