La
procesión se desplazaba por las calles de la ciudad con la virgen
del templo a cuestas. El icono de dos metros de alto tenía más de
doscientos años de antigüedad y era venerado por una gran cantidad
de vecinos de la ciudad que todos los años se encargaban en la misma
fecha de cargar la imagen sobre sus hombros por cerca de quince
cuadras alrededor de la iglesia. La tradición era traspasada de
generación en generación, y eran los tataraniestos de los que
iniciaron dicha costumbre quienes ahora la llevaban a cabo.
El
joven sacerdote que precedía la procesión estaba un poco nervioso.
La imagen era demasiado antigua, bastante pesada, los cargadores eran
bastante añosos pues no querían traspasar aún la responsabilidad a
sus hijos o nietos., y esa tarde en particular el clima estaba
bastante malo, con frío, viento, nublado y con evidente amenaza de
lluvia. El joven sacerdote rogaba porque no hubiera ningún
accidente, pues además esa tarde estaba brumosa, había mucha
neblina, y el padre temía que algún automovilista con mala vista no
viera las señales y terminara desatando una tragedia. Así, el
sacerdote estaba haciendo más bien las veces de policía que las de
sus propias funciones.
Los
cargadores avanzaban por las calles con el ritmo aprendido desde la
infancia. La cadencia era permanente, por lo que la duración de la
procesión era casi la misma que la de doscientos años atrás. El
truco estaba en que los cargadores marchaban rezando una extraña
oración en la cual marcaban el paso para su marcha. Los hombres no
entendían una oración católica que hablara de cosas que no tenían
que ver con la religión, pero al final de la marcha lo atribuían al
éxtasis emocional de quien la escribió siglos atrás, y mientras
les sirviera para mantener el paso, estaba bien.
Los
cargadores seguían su marcha. De pronto el peor temor del sacerdote
se hizo cierto: un conductor no vio las señales por culpa de la
bruma y pasó por donde iba la procesión. El padre apenas alcanzó a
saltar para no ser atropellado. Los cargadores al ver el vehículo
avanzando contra ellos soltaron la figura y se lanzaron hacia los
lados. En ese instante se escuchó una frenada, el derrapar de unos
neumáticos y silencio. El conductor del vehículo y los cargadores
no daban fe a lo que estaban viendo: la imagen flotaba en el aire y
mantenía la misma cadencia de la marcha de los cargadores. Ahora por
fin todos podían entender por qué la imagen se llamaba la Virgen de
la Levitación.