El canario llevaba viviendo en esa jaula
cerca de cinco años. El ave sabía que su dueña era una humana de edad que vivía
junto a un humano más joven al que trataba de hijo. El canario vivía tranquilo
en su jaula, dentro de un departamento bien temperado en invierno y fresco en
el verano. Su vida era comer, dormir, cantar y acompañar a su humana desde su
jaula, y al menos hasta ese momento, había desempeñado sus labores tal como era
esperable para un ave de su especie.
El humano más joven parecía ser el que
llevaba el orden. Él destapaba su jaula en la mañana y la tapaba por la noche;
él le daba agua para bañarse y beber y rellenaba regularmente su caja de
alpiste; él también limpiaba su jaula de vez en cuando. Su dueña era la que se
entretenía con él: le hablaba cosas que no entendía, le cantaba o tarareaba
canciones mientras él la miraba en silencio tratando de entender qué se suponía
que tenía que hacer él frente a una tarea que se suponía él debía llevar a
cabo; de vez en cuando le daba queque de chocolate, galletas o hasta trozos de
hamburguesa para que comiera, y en algunas ocasiones lo llevaba a otra
habitación donde lo olvidaba, hasta que el humano joven volvía al hogar y lo
llevaba de nuevo donde estaba ella.
Esa semana había sido extraña. La humana
dejó de cantarle, hablarle o darle comida, el humano joven pasaba más tiempo
con ellos, y se preocupaba por su dueña. De pronto aparecían desconocidos que
le hablaban a su dueña y al humano joven y luego se iban. Una mañana su dueña
estaba en cama, en silencio; de pronto apareció el humano joven, la miró, lloró
en silencio y empezó a hacer llamadas. De pronto muchos humanos llegaron al
lugar, miraban a su dueña, la vestían, la arreglaban, hasta que de pronto se la
llevaron. El humano joven lo sacó de donde estaba a otra habitación. De pronto
empezó a aparecerse de vez en cuando, le daba comida y agua y se iba. Su dueña
no volvió a aparecer.
Una tarde el canario estaba comiendo. De
improviso apareció frente a él su dueña; la mujer se veía más joven, y mucho
más tranquila que cuando había dejado de cantarle. La humana le cantó la
canción de siempre, de pronto sus dedos traspasaron la jaula, el canario sin
dudarlo se posó en uno de ellos. La humana sacó la mano de la jaula y colocó al
canario en su hombro. El ave se fue cantándole en el hombro mientras viajaban a
un lugar que el ave jamás había visto. Mientras tanto en el departamento
quedaba la jaula, el agua, la comida, y el cuerpo sin vida del canario.