Voces.
Muchas voces. Muchas voces se escuchaban en el pasillo hablando al
mismo tiempo. Ninguna parecía escuchar a la otra, pero todas
hablaban de lo mismo. El pasado era el tema en común de todas las
voces. Ninguna hablaba del futuro. Ni siquiera del presente. Todo era
lo que hice, lo que fui, lo que gané, lo que perdí. Todas las voces
hablaban al mismo tiempo acerca de sus pasados, con añoranza, con
alegría algunas, con tristeza la gran mayoría: ninguna guardaba
silencio, no había espacio para el silencio en ese lugar.
Todos
pasaban despiertos todo el día y la noche. Ninguno necesitaba
dormir, el sueño no era tema en ese lugar. Los sueños tampoco. El
único y principal sueño era recibir visitas. La gran mayoría ya no
las recibía, llevaban demasiado tiempo ahí, por lo que ya habían
sido olvidados, o porque sus visitantes ya los acompañaban en ese
lugar. Con el tiempo todos se mudan para descansar y hacerse
compañía. Nadie estaba solo, pese a que todos estaban solos en ese
lugar.
Niños.
Por todos lados haciendo ruido. Muchos corren y juegan día y noche,
saltan, se esconden. Otros están en silencio, mirando, simplemente
mirando a todos y a la nada. Hay de todas las edades, de todas las
vestimentas. Cada cual carga a cuestas una historia, pero los niños
no conversan de historias, ellos simplemente juegan. No paran de
jugar.
El
lugar está repleto de ancianos. Sin embargo, la mayoría se ven
jóvenes para el entorno. Entre ellos si se conversa, se conversa
mucho, tal vez demasiado. No son como los jóvenes que no se escuchan
entre sí. Ellos se dan el tiempo de escuchar las historias del
resto, para luego poder ser escuchados. Ellos tienen muchas
historias. Ellos cuentan sus historias cada día, una y mil veces, a
sabiendas que los otros ancianos las escucharán con atención, para
luego poder ser escuchados.
Todos
llegaron acompañados al lugar, para luego quedar solos. Y en esa
soledad empezaron a conocer a sus vecinos, a interactuar con ellos, a
entender su nueva realidad. Los que llevan menos tiempo reciben
visitas más periódicas. Les llevan flores, les cuentan historias,
les rezan, lloran su ausencia. Y ellos se quedan ahí por el resto
del tiempo, hasta el final del tiempo. Las necrópolis son así,
llenas de historias, de pasado, de recuerdos, y de flores.