Una
pequeña y grácil mariposa aleteaba sus alas sin parar. Sin tener
conciencia alguna del porqué, las fuerzas invisibles de la tierra le
hacían batir sus alas lo más fuerte posible para que su breve
existencia tuviera algún sentido. Su cerebro no era lo
suficientemente grande para elucubrar teorías o plantearse
objetivos, apenas le daba para captar las señales electromagnéticas
del planeta que habitaba e interpretarlas para traducirlas en
acciones simples. Y en ese instante el planeta le decía ve, bate tus
alas antes de morir y convertirte en parte mía.
La
mariposa seguía batiendo sus alas. De pronto y de la nada veinte
mariposas más se acercaron a ella y empezaron a batir sus alas. La
primera mariposa entendió que estaba captando adecuadamente las
señales de la tierra pues sus compañeras empezaron a hacer lo mismo
que ella, sin necesidad de comunicarse entre sí. Ahora veintiuna
mariposas batían sus alas al unísono, haciéndole caso al planeta.
Al
poco rato eran miles las mariposas que, sostenidas en el aire en el
mismo lugar, batían sus alas apuntando hacia el mismo lugar. Todas
sabían que estaban haciendo lo que debían, pues todas hacían lo
mismo en el mismo lugar. La vida de las mariposas es breve, por lo
que debían batir sus alas todo el tiempo que pudieran antes de
morir, porque el planeta lo ordenaba. A cada instante llegaban más y
más mariposas a batir sus alas, porque el planeta lo ordenaba y
había que obedecer, pues las mariposas se deben al planeta que
habitan.
Dos
horas más tarde eran millones de mariposas las que batían sus alas
sin parar en el mismo sentido. Ninguna entendía por qué lo hacía,
pero simplemente lo hacían todas a la vez. Tal era el número de
mariposas agitando sus alas, que de pronto se generó una tenue
brisa. Esa brisa llegó al mar, haciendo que una ola se devolviera y
empezara un camino en reversa, hacia el mar. Esa ola que avanzaba
contra el mar empezó a arrastrar otras olas en reversa, haciendo que
el mar empezara a viajar hacia el otro lado del mundo. Al poco rato
la ola había crecido lo suficiente como para invertir por completo
el sentido de viaje del mar. Siete horas más tarde el maremoto más
grande que se haya visto en el planeta, con olas de más cien metros
de altura y de miles de kilómetros de ancho azotaron al continente
al otro lado del océano, acabando con más de la mitad de la
población humana y animal del planeta. Del otro lado del océano, en
la costa, millones de mariposas yacían muertas esperando unirse al
planeta que las cobijó y al que tan bien sirvieron.