El
escalador seguía ascendiendo el macizo rocoso de siete mil metros de
altura. El experimentado escalador estaba acostumbrado a las altas
cumbres y de hecho ese cerro le servía de entrenamiento para luego
ascender una cumbre de ocho mil metros. En esa oportunidad su
entrenamiento estaba diseñado para lograr la cumbre sin usar oxígeno
de soporte, pues quería hacer lo mismo con su siguiente desafío. El
hombre estaba escalando el cerro solo, pues en ese período del año
eran pocos sus colegas que se atrevían a escalar a esa altura por lo
agresivo del clima.
El
escalador ascendía sin mayores dificultades. Ya había llegado a los
seis mil seiscientos metros, por lo que estaba listo para hacer el
ascenso final para lograr cumbre esa misma jornada. Hasta ese momento
no había tenido ningún inconveniente, y su preparación física le
había permitido llegar con un gran resto físico, por lo que el
ascenso final no debería ser un desafío mayor para sus capacidades.
Sin embargo el escalador era prudente, por lo que se estaba tomando
un necesario descanso para no sobrecargar sus músculos al hacer el
ascenso, pensando en la baja concentración de oxígeno en el aire a
esa altura; además, estaba aprovechando el tiempo para consumir la
mayor cantidad de glucosa posible para no encontrarse con ninguna
sorpresa.
Cinco
horas más tarde el escalador llegó a la cumbre. El cansancio no era
tanto, por lo que se sentía satisfecho: su entrenamiento había sido
el adecuado, y se sentía preparado para su siguiente ascenso. El
escalador se dispuso a descansar un rato antes de comenzar el
descenso. De pronto el hombre escuchó un fuerte crujido tras de sí;
al darse vuelta, se encontró de frente con una figura humanoide de
cerca de tres metros de altura, cubierta de pelos y que lo miraba con
curiosidad.
El
escalador estaba estupefacto. De inmediato sacó un oxímetro de
pulso para cerciorarse que el oxígeno en la sangre no estuviera
demasiado bajo para hacerlo tener ese tipo de alucinaciones: grande
fue su sorpresa al ver que el oxígeno estaba inclusive un poco más
alto que lo esperable a esa altura. El escalador no comprendía nada,
mientras el individuo lo seguía mirando con curiosidad. De pronto el
ser acercó una de sus manos a la cabeza del escalador, quien se
quedó quieto esperando a ver qué hacía el gigante. El ser empezó
a pasar sus dedos por el casco del escalador, quien seguía quieto.
En ese instante el gigante apretó el casco del escalador, sujetó su
cuerpo con su otra mano, y con un movimiento brusco separó la cabeza
del cuerpo del hombre, quien empezó a sangrar a raudales. El gigante
sacó la cabeza del casco, se la comió, luego devoró el cuerpo, y
enterró el casco en la nieve para que su siguiente presa no supiera
de sus intenciones y se encantara, tal como todos, de su mirada y
actitud de curiosidad.