El
arqueólogo estaba sentado en su escritorio, tratando de entender lo
que había descubierto. Frente a él decenas de pruebas de
laboratorio, análisis de carbono catorce, informes de expertos,
estudios químicos, físicos, geológicos, decenas de horas de
grabaciones de audio y video con audio. Todo era concluyente, pero
sin embargo ese hallazgo era imposible de entender, ni menos de ser
presentado a la comunidad de estudiosos o de legos.
Tres
meses atrás el arqueólogo estaba en terreno, en Egipto,
específicamente en el Valle de Los Reyes, en una tumba recién
descubierta, que estaba ricamente ornamentada, que no había sido
saqueada por lo que guardaba todas las cosas dejadas a su dueño para
llevar al más allá. Según el análisis a priori del sarcófago y
los jeroglíficos, la tumba debería tener unos cuatro mil años. Los
trabajadores estaban encargados de buscar cuidadosamente entre la
tierra los diversos objetos dejados para acompañar el viaje del
sepultado, del cual aún no sabían su nombre ni un título
nobiliario. Todo se hacía lentamente y con muchas precauciones para
evitar dañar lo que hubiera en el lugar.
Uno
de los trabajadores metía con suavidad su pala en la tierra; de
pronto dio con un material menos duro que la piedra y el metal, y
algo más elástico que el cuero. Luego de llamar al arqueólogo
delimitaron el sitio y empezaron a remover el material que cubría y
rodeaba el hallazgo: el objeto medía treinta centímetros de alto,
treinta centímetros de largo y doce centímetros de ancho, tenía
forma de una ele gruesa y una inscripción grabada a ambos lados. Al
retirar la tierra sobrante el arqueólogo y los trabajadores quedaron
estupefactos. De inmediato se dio la orden de cerrar el sitio y
cancelar la excavación. Desde ese momento todos los recursos se
destinaron a descubrir el origen de ese artefacto.
Luego
de tres meses de análisis el arqueólogo tenía sobre su mesa todas
las pruebas necesarias. La datación de carbono catorce efectivamente
daba una antigüedad de cuatro mil años. Los informes químicos y
físicos eran concluyentes y todos llegaban a la misma conclusión.
Los estudios geológicos demostraban que la tierra que rodeaba al
objeto era la misma que la del resto del sitio. El asunto era cómo
explicarle a la comunidad científica que en una tumba de cuatro mil
años de antigüedad había una bota moderna de material sintético
que tenía inscrito el nombre NASA a ambos lados del objeto.