El
médico llevaba media hora con la vista fija en la balanza que usaba
en su consulta. Desde que llegó a su oficina esa mañana notó que
el brazo basculante tenía un movimiento tenue pero continuo. A esa
hora las ventanas estaban cerradas, no tenía ventilador ni aire
acondicionado, y no estaba temblando. Pese a ello el brazo basculante
de la balanza se movía como si alguien hubiera bajado recientemente
del aparato, y no paraba de moverse. El médico sabía que las
máquinas de movimiento perpetuo no eran posibles con la física del
planeta; sin embargo, la balanza no paraba de moverse.
El
médico empezó a atender pacientes. En la segunda consulta debió
pesar al paciente. Luego que subiera a la balanza el médico pudo
pesarlo sin problemas; una vez hubo bajado, el profesional dejó
quieto el brazo de la balanza equilibrado, sin que éste siguiera
moviéndose. En cuanto el paciente abandonó la consulta, el brazo
basculante empezó a moverse tal como antes. El médico intentaba
entender qué era lo que pasaba; en algún instante llegó a pensar
que algún colega le había jugado una broma y había instalado algún
sistema con imanes para mover el brazo. El profesional revisó el
aparato sin ser capaz de encontrar nada, y sin que el brazo
basculante dejara de moverse.
Llega
la hora de almorzar. El médico cierra su oficina y se dirige al
restaurante de siempre donde pide la comida de siempre; sin embargo
ese día tomó mucho más tiempo en comer, pues su mente seguía
tratando de entender el movimiento permanente de su balanza. Por más
que lo pensaba, su cerebro no era capaz de encontrar una explicación
lógica al fenómeno. Por lo menos el movimiento no alteraba su
trabajo ni era notado por sus pacientes. Al parecer debería
acostumbrarse a dicho cambio en su lugar de trabajo, y dejarlo pasar
mientras ello no alterara sus funciones.
Esa
tarde el médico volvió algo más temprano a la consulta. En el
edificio tenían la costumbre de colocar luz ultravioleta cuando lo
profesionales salían a almorzar para eliminar gérmenes. Cuando el
médico entró la luz aún estaba encendida; en ese instante el
profesional quedó paralizado. En la balanza se veía con la luz
ultravioleta una imagen trasparente que insistía en pesarse y no se
convencía que la balanza sólo marcaba unos cuantos gramos cada vez.
De pronto la imagen giró, quedando de frente al médico, quien
balbuceó en voz baja que no pesaba más que gramos porque ya no
tenía cuerpo físico. La entidad se miró a si misma, sonrió y
desapareció, dejando la balanza quieta. Esa tarde el médico canceló
todas las horas, y se quedó en la oficina rezando y meditando en
silencio.