La
secretaria revisaba enojada su correo electrónico en el celular. A
las tres de la mañana empezaron a sonar alertas de correos seguidas,
que terminaron por hacerla despertar. La mujer encendió la luz del
velador, tomó su teléfono, intentó enfocar su vista hasta que pudo
ver que tenía quince correos electrónicos de su trabajo. Para ella
era incomprensible algo así, pues en quince años de trabajo nunca
había sido molestada fuera del horario del trabajo, ni menos a una
hora tan extraña. Luego de gruñir algunos insultos, se sentó en la
cama y se dispuso a revisar quién había sido el desadaptado que le
escribía a las tres de la mañana para encararlo al día siguiente.
La
mujer no entendía bien qué era lo que estaba pasando. El remitente
de los correos le era desconocido, pues no era un compañero de
trabajo, pero su nombre le parecía familiar; tal vez podía ser
porque el apellido del remitente era el de uno de los nombres de la
compañía, pero ello no tenía mucho sentido, pues nunca había
conocido a los dueños, y no le parecía lógico que un desconocido
le escribiera a esa hora de la madrugada. Grande fue su sorpresa al
abrir uno por uno los correos y encontrar en todos el mismo mensaje:
“cuidado con el conductor del caballo”. Luego de darle muchas
vueltas al mensaje decidió volver a dormir y preocuparse del asunto
a la mañana siguiente, en el trabajo.
La
mujer llegó cansada a la oficina. Luego de iniciar sus funciones
habituales empezó a preguntar a todos por el remitente del mensaje,
sin que nadie le pudiera dar una respuesta lógica. De pronto vio que
el aseador le hacía señas desde un rincón: al acercarse, el
anciano le dijo que el nombre por el que preguntaba era de uno de los
socios fundadores de la empresa, y que había muerto atropellado años
atrás sin que nunca nadie diera con el conductor que lo asesinó. La
mujer volvió a su puesto de trabajo, más confundida que al
principio.
A
media mañana el socio que quedaba vivo la llamó para coordinar las
reuniones de la semana. Al ver su cara de cansancio el hombre le
preguntó qué le pasaba, a lo que la mujer respondió contándole
del extraño sueño que había tenido. El hombre la miró
desconcertado, para luego seguir ordenando las reuniones de la
semana. Una vez terminaron, el hombre le pidió a la secretaria que
cuando pudiera fuera a una librería que quedaba a trs cuadras de la
oficina, pues necesitaba el repuesto para su pluma fuente, que sólo
ella podía comprar adecuadamente.
A
la hora de colación la mujer salió de la oficina camino a la
librería a comprar el repuesto que le había pedido su jefe. Al
cruzar la calle y sin que alcanzara a reaccionar, fue atropellada por
un vehículo deportivo que se dio a la fuga, matándola en el
instante. Al volante del Ford Mustang iba su jefe, quien no dejaría
que el socio al que había atropellado siete años atrás, volviera
para importunarlo tal como lo había hecho en vida.