El
viejo vagabundo caminaba cansado por la caletera esa fría y oscura
madrugada. Durante la noche no había podido dormir porque a un par
de muchachos no se les ocurrió nada mejor que asaltar a un
transeúnte entrada la noche, sin saber que la víctima era un
policía de civil: luego de las amenazas, el policía sacó de entre
sus ropas su arma de servicio. Los muchachos al parecer estaban
drogados pues en vez de rendirse o huir cargaron con sus cuchillos
contra el policía, quien terminó disparando para defenderse y
acabando con las vidas de ambos asaltantes. A partir de ese momento
el sitio se llenó de patrullas, motoristas, policías de a pie,
algunos vehículos privados y hasta una ambulancia, que sólo llegó
a constatar el deceso de los jóvenes y la indemnidad del policía.
Cerca
de las cuatro de la madrugada el barullo paró. El policía fue
trasladado a un cuartel, el suelo fue cubierto por letreritos con
números hasta que una mujer abrigada terminó de revisar el lugar
una y otra vez, y de hacerle muchas preguntas al policía. De hecho
la mujer vio al anciano y le preguntó qué había visto él: el
viejo vagabundo respondió lo que vio, luego de lo cual fue dejado en
paz para seguir su ya interrumpida rutina. Todo terminó cuando un
par de hombres envueltos en trajes blancos envolvieron en bolsas a
los dos muchachos y los subieron a una camioneta, probablemente para
hacerles autopsias y aclarar lo que estaba claro para todos.
Media
hora más tarde el vagabundo caminaba por la caletera con su carro de
supermercado con sus cosas, buscando un sitio para alcanzar a dormir
algún tiempo antes que amaneciera y el ruido y los transeúntes lo
obligaran a moverse. De pronto el viejo vagabundo fue abordado por
dos personas que lo amenazaron con armas blancas para arrebatarle su
carro. El anciano los miró, sonrió y soltó el artefacto, para
luego quedarse parado a un metro de distancia a observar lo que
pasaría más tarde. Cinco minutos después las almas de los dos
asaltantes muertos recién empezaron a entender lo que les estaba
pasando, luego de ser incapaces de mover el carro o siquiera tomarlo
del manillar. Diez minutos más tarde el anciano tomó su carro y
siguió su rumbo incierto, sin que la sonrisa se borrara de su
rostro.