El
muchacho lloraba ante la tumba de su amada esposa. La mujer había
muerto en un accidente de tránsito, en el que un camión chocó el
vehículo que conducía su esposo por la puerta del copiloto,
matándola en el instante. Luego de su recuperación y de ser dado de
alta, se dirigió de inmediato al cementerio donde dos semanas antes
habían sepultado los restos de quien fuera el amor de su vida. Sería
casi imposible recomponerse, pero el hombre era joven y sus padres le
habían dicho que con el paso del tiempo y sin tener que olvidar a su
esposa, podría rehacer una vida medianamente normal. Esa tarde el
hombre se quedó hasta la hora de cierre del cementerio acompañado
por sus padres y sus suegros, quienes veían su pena viva e
intentaban consolarlo, a sabiendas que ello era imposible. Cuando uno
de los guardias del cementerio se acercó a ellos y les dijo que ya
debían cerrar, el hombre besó la lápida de su difunta esposa, y en
uno de los jarrones de piedra dispuestos para dejar flores, depositó
su anillo de matrimonio para luego empezar a abandonar el lugar junto
con sus acompañantes.
El
hombre llegó al departamento en el que vivía junto a su esposa.
Pese a los ruegos de sus padres y sus suegros, decidió volver al
hogar para sentirse en contacto con los recuerdos de su amada. El
departamento se sentía frío y oscuro sin ella, y parecía faltarle
la chispa que la joven mujer le daba al hogar. Al entrar, el gato de
ambos salió a recibirlo, se frotó en sus piernas, y luego se
dirigió al dormitorio de ambos para echarse en la cama. El joven se
sentó al lado del animal y mientras lo acariciaba lloraba
amargamente. La soledad ya estaba haciendo mella en su alma, y el
joven sabía que de ahí en más su vida se convertiría en un
calvario por un largo tiempo.
El
joven se quedó dormido sobre la cama, vencido por el cansancio de
las emociones del día. El muchacho se despertó producto de un agudo
dolor en su dedo anular izquierdo; al mirarse la mano descubrió que
tenía muy enrojecido el lugar donde llevaba la argolla. En ese
instante miró el velador y encontró sobre él su argolla.
El
joven no entendía nada, pues recordaba claramente haber dejado la
argolla en uno de los jarrones de la tumba de su esposa. El joven
intentó tomarlo, y se quemó los dedos: la argolla estaba ardiendo.
El muchacho miró a todos lados, y sólo vio al gato sentado de lado
en el apoyabrazos de la silla de su escritorio, con expresión de
relajado. De pronto el joven miró con cuidado al gato, y vio cómo
su piel se aplastaba desde la cabeza hasta la cola rítmicamente, lo
que claramente le causaba demasiado placer.
A
la mañana siguiente el joven salió de su departamento con una
mezcla de sentimientos. Por un lado estaba contento, pues el alma de
su esposa seguía junto a él más allá de su muerte. Por otro,
entendía que su esposa jamás lo dejaría hacer una vida con otra
mujer, pues no se movería de su lado hasta el día de su muerte. Esa
mañana llevaba en su dedo anular izquierdo su argolla de matrimonio.
En su departamento, su gato seguía siendo acariciado eternamente.