La
nieve ocultaba la luz de la luna a esa hora de la noche. La espesa
cortina blanca oscurecía el ambiente, haciéndolo más tétrico para
las pocas personas que se atrevían a deambular con ese clima a esa
hora de la noche. Uno de ellos era un conserje que había salido de
su turno a las diez de la noche, y que por lo escaso de la locomoción
colectiva llevaba ya cerca de media hora caminando en dirección a su
hogar y siguiendo la ruta del bus que le serviría si llegara a
aparecer. El hombre caminaba con pantalones gruesos, calcetas largas,
botas, camiseta, camisa de franela, suéter grueso y una enorme parka
forrada de chiporro. Pese a ello, el hombre tiritaba en la calle
mientras avanzaba lentamente.
El
hombre se había cruzado con dos personas más en la calle, que iban
tanto o más abrigadas que él. Al cruzar en una esquina vio avanzar
hacia él una silueta delgada. Cuando estuvo a dos metros de la
silueta, se encontró con algo difícil de entender: una adolescente
de no más de quince años caminaba por la calle con un vestido muy
corto sin mangas, sin medias y con unas diminutas chalas. El hombre
se dio vuelta a mirar a la delgada joven que siguió su camino sin
parecer tener frío, o al menos sin manifestarlo.
Dos
cuadras más allá el hombre divisó una nueva silueta. Al acercarse
vio a la misma adolescente corriendo frente a él con cara de miedo,
con una chala menos y un moretón en el rostro. El hombre intentó
acercarse para preguntarle si la podía ayudar, pero la muchacha no
lo vio y siguió huyendo.
El
bus que lo llevaría a su hogar nunca pasó. Así, dos horas después
de salir del trabajo ya estaba a dos cuadras de su hogar. El hombre
seguía pensando en la adolescente de vestimenta veraniega caminando
en la nieve, e intentaba entender cómo era posible que esa muchacha
pudiera deambular así sin congelarse en la calle. Cuando estaba a no
más de trescientos metros de su casa el hombre vio una silueta en el
suelo: era la adolescente que estaba tirada en el suelo con el
vestido levantado, sin ropa interior, y con una herida que sangraba
profusamente en su frente. El hombre de pronto levantó la vista y
vio frente a su casa varios vehículos con luces rojas que giraban
raudamente.
El
hombre caminaba sin rumbo por la calle cubierta de nieve. El conserje
debía alejarse de su hogar, y probablemente de su vida. Los
vehículos de la policía habían llegado a su hogar y habían
desenterrado los restos de la adolescente que veinte años atrás el
hombre había violado, asesinado y sepultado en su patio una calurosa
tarde de verano en que ella le pidió algo de agua para capear el
calor. El hombre no entendía por qué el alma de su víctima le
había alertado de la presencia de la policía, pero no le importaba
el motivo, sólo le importaba alejarse de su hogar para evitar ser
detenido. Dos cuadras más allá en su camino estaba el hermano de la
muchacha esperándolo con una barra de acero en medio de la calle y
oculto por la nieve.