El
camionero manejaba enfurecido esa tarde. Dos horas antes, en un
control carretero, un carabinero de no más de veintiún años le
había cursado una multa por exceso de velocidad. El hombre llevaba
treinta años manejando su camión, y nunca algún carabinero con
experiencia lo había multado. El conductor miraba con furia la
infracción que debería pagar en dos semanas más en un juzgado de
policía local de un pueblo de mala muerte ubicado en medio de la
nada, donde tuvo la mala suerte de toparse con el inexperto policía.
El
camionero manejaba raudo su máquina; mal que mal no podrían
cursarle una nueva infracción por la misma falta el mismo día, por
lo que no le importaba acelerar el motor hasta los ciento cincuenta
kilómetros por hora. Con la música rock a todo volumen, la
carretera lo llamaba a correr más y más rápido cada vez.
El
hombre ya iba manejando cerca de los ciento sesenta y cinco
kilómetros por hora. De pronto vio a la distancia un nuevo control
carretero, y alcanzó a darse cuenta que el carabinero manipulaba un
radar de velocidad. El camionero intentó bajar la velocidad pero sus
frenos no hicieron caso; sin embargo los policías lo ignoraron,
pudiendo el hombre seguir con su acelerada marcha.
El
hombre había logrado bajar la velocidad a ciento cuarenta kilómetros
por hora. Nuevamente divisó a la distancia un nuevo control
carretero, nuevamente no fue capaz de desacelerar su máquina, y
nuevamente fue ignorado por la policía.
El
camionero ahora manejaba a noventa kilómetros por hora, bajo el
límite velocidad en carretera. Cerca de dos kilómetros más
adelante se apreciaba una gran cantidad de vehículos policiales y un
desvío de tránsito. El conductor empezó a señalizar para cambiar
de pista; sin embargo el volante no respondía, y se mantuvo derecho
avanzando hacia los vehículos. El camionero empezó a pisar el
freno: para su desconcierto el pedal tampoco funcionaba, por lo que
su máquina mantuvo su velocidad. El hombre intentó accionar el
freno de mano, que tampoco respondió. Sin más que hacer el hombre
hizo sonar su bocina, la que tampoco sonó. Al llegar a la zona en
que se encontraban los vehículos, su máquina se detuvo. En ese
instante el camionero se dio cuenta que el lugar estaba siendo
rodeado por un accidente. Al fijar mejor su vista se dio cuenta que
la máquina que había chocado era muy parecida a la suya. Luego vio
con estupor el cadáver de un carabinero en el suelo, que no era otro
que quien la había cursado la infracción. Al mirar con detención,
vio cómo dos hombres bajaban de la cabina del camión un cadáver,
que no era otro que el suyo, quien había fallecido al no respetar el
control carretero, arrollando al joven carabinero para luego
estrellarse contra una barrera de concreto. En ese instante se dio
cuenta que destino era seguir circulando por la carretera hasta que
alguien se apiadara de él y lo llevara a su descanso eterno.