El
hombre estaba sentado en la banca del calabozo de la comisaría.
Había sido denunciado por su esposa por violencia intrafamiliar por
octava vez, y sabía que en esta ocasión la situación no pintaba
buena para él. Esa noche había llegado ebrio a la casa, como era de
costumbre cada viernes; como era de costumbre su esposa lo había
increpado, y como era de costumbre la había abofeteado para que lo
dejara tranquilo. Sin embargo en esa noche se le había pasado la
mano y la golpeó varias veces hasta dejarla sangrando, lo que hizo
que ella llamara a carabineros terminando en su detención en el
calabozo de la comisaría hasta la audiencia de control de detención
a la mañana siguiente.
El
hombre estaba solo en el calabozo. Para él era raro, porque en las
siete detenciones anteriores de noche de viernes para sábado el
calabozo siempre estaba lleno de conductores ebrios, maltratadores
ebrios, peleadores ebrios, y ebrios de otras categorías; sin embargo
en esa ocasión estaba solo, y no parecía que fueran a llegar más
detenidos.
El
hombre intentaba hacer memoria de esa noche, pero todo se apagaba al
terminar de golpear a su mujer. No tenía recuerdos de la llamada de
su esposa a carabineros, de la llegada de éstos, de su detención,
de su llegada a la comisaría, de nada. Era evidente que había
bebido demasiado y que su memoria se había borrado de tanto beber;
era también evidente para él que parte de su condena sería entrar
en un programa de rehabilitación para alcohólicos, cosa que
detestaba pues no soportaba a los psicólogos, pero en esas
circunstancias el juez no le preguntaría acerca de sus gustos. En
esas circunstancias el hombre sólo esperaba no haber lastimado
demasiado a su esposa para no complicar su condena.
Tres
horas más tarde el hombre aún seguía solo en el calabozo. De
pronto su memoria empezó a funcionar, y algunas imágenes empezaron
a aparecer en su mente. Luego de golpear a su mujer, ella había
huido a la cocina; el hombre ebrio la siguió, no sabía si para
seguir golpeándola o para pedirle perdón. Al entrar a la cocina su
esposa se abalanzó sobre él y un agudo pinchazo sintió en su
pecho; segundos más tarde el hombre estaba botado en el piso de la
cocina, y la mujer estaba sobre él golpeando su pecho repetidas
veces con el puño derecho. Cuando la mujer terminó, el hombre vio
el puño y el antebrazo de la mujer ensangrentados, y un delgado
cuchillo cubierto de sangre en su mano. Luego de ello la mujer hizo
una llamada telefónica llegando la policía. Minutos más tarde dos
hombres vestidos de buzo blanco tomaron su cuerpo y lo metieron a una
bolsa plástica.
El
hombre seguía sentado en la banca del calabozo. Al parecer la
eternidad lo dejaría solo en ese calabozo mental hasta que llegara
el tiempo de su juicio final. Mientras tanto su esposa estaba sentada
en un calabozo real, esperando que su abogado apelara a legítima
defensa.