El
celular de la secretaria no dejaba de sonar. Desde las seis de la
mañana de ese lunes el teléfono había estado sonando una tras otra
vez, pues su jefe venía aterrizando de un vuelo del extranjero, y
desde esa hora había empezado a dar instrucciones, sin preocuparse
que su secretaria recién entraría al trabajo tres horas después.
La mujer se duchó rápido para no dejar a su jefe sin respuesta, se
vistió y desayunó como pudo con el teléfono en altavoz, y se puso
audífonos para poder seguir hablando en la calle mientras se
desplazaba a la oficina. Definitivamente ese día ya pintaba como
olvidable.
A
las nueve de la mañana en punto la secretaria estaba sentada en su
escritorio con el computador encendido y leyendo los quince correos
electrónicos que hasta esa hora le había enviado su jefe. La mujer
anotaba en una libreta todas las cosas que su jefe le pedía en cada
correo para, una vez terminada la lectura, dedicarse a finiquitar
todas las instrucciones. A la mujer le parecían extrañas algunas
instrucciones: buscar pólizas de seguro de vida, la escritura de su
casa en la capital y la de la casa de la playa, la resolución
judicial de divorcio y los certificados de nacimiento de sus hijos.
Sin embargo, como no era su trabajo cuestionar sino obedecer órdenes,
la mujer anotó todo lo que su jefe le pedía y una vez terminado el
listado, empezó a rescatar documentos.
El
teléfono de la mujer seguía vibrando incesantemente. La secretaria
creía que su jefe se tranquilizaría en el camino entre el
aeropuerto y su casa, pero al parecer eso no sería así. De todos
modos, como no era una llamada telefónica sino el aviso de la
llegada de correos electrónicos, podía dejarlos en espera hasta
tener en su poder todo lo que hasta ese instante le había solicitado
su jefe. Sin embargo fue tanta la cantidad de avisos que la mujer
dejó las carpetas sobre el escritorio, sacó su celular y abrió la
cuenta del correo.
La
secretaria no entendía nada. Al abrir su correo tenía cerca de
treinta mensajes titulados con la palabra adiós. En todos ellos su
jefe se despedía, le decía que la respetaba y la admiraba por su
abnegación, y que tuviera a mano los documentos para cuando loa
abogados fueran a buscarlos. De pronto un murmullo empezó a invadir
el piso completo del edificio, y la secretaria vio como varias de sus
colegas empezaban a llorar. La mujer guardó su teléfono y le
preguntó a una de sus compañeras qué le pasaba; en ese instante su
compañera le mostró una aplicación de noticias donde aparecía la
caída de un avión y el deceso de todos sus ocupantes. En el listado
de pasajeros aparecía el nombre de su jefe. Al ver la hora del
accidente la mujer quedó desconcertada: el avión había capotado a
las cinco cincuenta y nueve de la mañana.