La
secretaria del banco no entendía bien lo que le estaba sucediendo.
El vehículo que tanto esfuerzo le había costado comprar estaba
destrozado en medio de la calle luego que en un cruce de calles un
bus no respetó el semáforo y la arrastró cerca de treinta metros
antes de detenerse. Los airbag del vehículo salvaron su vida,
quedando con algunos rasmillones propios de tal violento evento.
Mientras tanto, el chofer del bus se mantenía encerrado en la cabina
con las puertas del vehículo cerradas, sin dejar bajar a ningún
pasajero.
La
mujer fue ayudada a salir de los restos de su auto por transeúntes
que se preocuparon de desconectar la batería de su vehículo para
evitar riesgo de alguna explosión. Uno de ellos se quedó a su lado
al ver a la mujer congelada mirando los restos de su medio de
transporte. Mientras tanto el chofer del bus permanecía con la
máquina cerrada, lo que ya tenía molesto a varios pasajeros que le
gritaban para que los dejara bajar. El hombre seguía impávido con
la vista al frente, sin manifestar emociones aparentemente. De pronto
una sirena empezó a sonar para hacerse espacio en el lugar.
La
policía intentaba convencer al conductor del bus a que abriera la
puerta y dejara bajar a los pasajeros que ya estaban empezando a
desesperarse con la situación. Uno de los policías se acercó a la
conductora del auto destrozado para tratar de obtener una
declaración; sin embargo la mujer seguía mirando estupefacta los
restos de la que fuera su única propiedad. Mientras tanto el hombre
que custodiaba a la mujer seguía mirándola en silencio tratando de
entender su pasividad.
De
pronto una ambulancia apareció. Uno de los paramédicos se aproximó
a la mujer, mientras el otro se acercó por la ventana del bus a
hablar con el conductor. Tanto la mujer como el hombre seguían
tiesos mirando a la nada, sin reaccionar a la conversación de los
paramédicos. Mientras tanto los testigos empezaron a dispersarse
pues ya había pasado demasiado rato sin que nadie sucediera.
Media
hora más tarde los policías y la ambulancia se habían ido, dejando
a los vehículos chocados en la calle. Tanto la mujer como el hombre
seguían impávidos. Los pasajeros seguían sentados en sus asientos.
De pronto el chofer del bus se bajó de la máquina, se acercó a la
mujer con una navaja de bolsillo en la mano, se la entregó a la
mujer y la abrazó. La mujer abrió la navaja y clavó la hoja en el
abdomen del hombre para luego, mientras éste caía de rodillas,
cortarle el cuello. Ninguno de los pasajeros del bus se movió.
Ninguno de los transeúntes se detuvo. Mientras tanto el alma del
hombre miraba complacido su cadáver en el suelo; por su parte la
mujer sonreía luego de cobrarse de su auto destrozado, y de decenas
de descalabros en sus encarnaciones anteriores provocadas por la
misma alma de siempre.