La
mujer esperaba ansiosa en la sala de espera del servicio de
urgencias. Llevaba media hora y ya había visto pasar dos camillas
rodeadas de personal de salud y carabineros, y con una persona
montada sobre el paciente masajeándole con violencia el tórax. La
mujer dudaba que debiera estar en ese lugar, pero un médico en una
consulta particular la había enviado con un papel con palabras raras
y un “urgente” escrito con mayúsculas y subrayado en el
encabezado.
Dos
horas más tarde el flujo de pacientes había bajado un poco. De
pronto una mujer con cara de cansada la llamó desde la puerta de
entrada, la hizo pasar, le tomó los signos vitales, la miró con
cara de extrañeza y la hizo pasar a un box de atención. Algunos
minutos más tarde un médico joven entró, miró los signos vitales
subrayando uno con su lápiz y le preguntó a la mujer por qué había
consultado. La mujer el entregó el papel del médico particular y le
explicó que había consultado por cansancio sin causa aparente de
dos semanas de evolución y el médico luego de examinarla la había
derivado. El médico miró el papel con cara de curiosidad, miró
nuevamente los signos vitales, tomó la muñeca de la mujer y luego
de apretarla varias veces le pidió que se acostara y descubriera su
tórax. El médico puso su estetoscopio en el pecho de la mujer y
luego de varios minutos de escucha llamó a una joven vestida de
celeste para que llamara a otro colega. Minutos más tarde apareció
un médico añoso: el joven le explicó la historia con palabras
raras, el médico mayor la examinó y ordenó que la llevaran urgente
a un lugar llamado reanimador.
La
mujer fue llevada por la joven de celeste a una sala muy iluminada en
una silla de ruedas, la hizo acostarse en la camilla, le ordenó
desnudarse de la cintura para arriba y le colocó tres adhesivos en
el pecho que conectó a una máquina, la que de inmediato empezó a
sonar un pito continuo bastante molesto. Al llegar los médicos a la
sala apagaron el pito y miraron desconcertados la pantalla, donde se
veía una línea verde que no parecía moverse. La joven estaba cada
vez más nerviosa; el médico mayor, luego de volver a examinarla,
pensó un par de minutos y ordenó una radiografía de tórax. La
mujer fue cubierta con una bata y llevada a una fría sala donde una
mujer mayor la puso de pie y le hizo unos rayos en el pecho. Al salir
de la sala de revelado la mujer añosa la miraba con cara de miedo, y
le pasó a la mujer de celeste un sobre grande con la radiografía en
su interior.
Dos
minutos más tarde la mujer estaba de vuelta en la sala iluminada,
donde ahora había cerca de quince médicos. Al acostarse la sacaron
la bata y de inmediato le volvieron a colocar los cables a los
adhesivos que llevaba en su tórax, debiendo detener el pito de
inmediato uno de los médicos. La joven de celeste el entregó el
sobre al médico mayor quien sacó la radiografía y la colocó en
una pantalla blanca iluminada, siendo escudriñada con curiosidad por
los quince médicos que estaban en el lugar. Ahora las disyuntivas de
los profesionales eran dos: cómo explicarle a la paciente que debían
internarla para hacer decenas de estudios, y cómo colocar en la
ficha que la paciente vivía sin corazón evidenciable.