El
joven guardia de seguridad miraba asustado el noticiario esa mañana
antes de salir a tomar el bus para ir a su trabajo. El día anterior
múltiples turbas de ciudadanos habían atacado y lesionado a muchos
guardias privados en distintos puntos de la ciudad, en venganza por
el homicidio de un usuario en una multitienda, quien murió por una
gran cantidad de golpes en la cabeza propinados por un guardia quien
creyó que el joven había robado productos del local, cosa que jamás
sucedió. Pese a que en los noticiarios recalcaron que el homicida
tenía prontuario policial y antecedentes de una enfermedad no
tratada, la población decidió tomar la justicia por sus manos y
aplicar la ley de talión.
El
muchacho iba en el último asiento del bus, ocultando sus ropas bajo
una enorme parka que no dejaba ver nada de la cintura hacia arriba.
Luego de hacer todo el viaje nervioso, llegó al paradero donde debía
bajar, que estaba a cerca de seis cuadras de su trabajo. El muchacho
se bajó y empezó a caminar raudamente; cuando estaba a seis cuadras
de su destino fue interceptado por seis hombres, uno de los cuales le
parecía conocido: era un ex compañero de trabajo despedido por
actitudes violentas, quien lo reconoció en la calle. Luego de
acercarse a él le abrió por la fuerza la parka, dejando al
descubierto su uniforme, luego de lo cual empezó a ser golpeado por
los seis hombres.
El
muchacho hacía todo lo posible por defenderse de la agresión. De
pronto sintió un golpe por detrás de sus rodillas lo que lo
derribó, haciendo que sus agresores empezaran a patearlo en el
cuerpo para que no se pudiera parar. En algún instante logró
ponerse en posición fetal lo que le permitió absorber mejor los
golpes, hasta que de improviso una de las patadas dio en el centro de
su abdomen provocándole un gran dolor y haciéndole perder su
posición de defensa.
El
ex compañero de trabajo vio cómo el joven se retorcía de dolor en
el suelo. En ese instante vio la situación ideal para patearlo en la
cabeza y acabar con su vida. El hombre tomó vuelo, y cuando ya
estaba por patear la cabeza del muchacho, una persona se colocó
delante de él. El hombre tenía la cabeza ensangrentada, los ojos
morados e hinchados y la mirada perdida: los seis agresores lo
reconocieron y huyeron despavoridos. Luego de cerca de un minuto de
dolor el joven guardia pudo sentarse en el suelo, siendo apoyado por
el hombre con la cabeza ensangrentada. El joven agradeció que le
salvara la vida; al mirarlo creyó reconocerlo pero sin recordar de
dónde. Cuando el guardia se sintió mejor, el hombre de la cabeza
ensangrentada se enderezó para irse. En ese instante el guardia
recordó el rostro, que no era otro que el del usuario asesinado en
la multitienda. Dos metros más allá, su defensor se desvaneció en
el aire.