La
niebla cubría el ambiente esa noche de invierno. La gente caminaba
temerosa viendo sombras aparecer por todos lados, generando estrés
en los transeúntes quienes pensaban que en cualquier momento y de la
nada algo o alguien aparecería para causarles daño. A medida que
pasaban las horas eran menos las personas que circulaban por la
calle, haciendo que quienes quedaban en ella tuvieran más miedo de
los fantasmas que sus mentes creaban para dicha situación.
El
nochero del edificio caminaba raudo desde el paradero de buses al
lugar donde trabajaba, distante seis cuadras, cosa que no le tomaba
más de diez minutos por lo general. Sin embargo el ambiente de esa
noche le impedía caminar a la velocidad de siempre, pues a cada paso
alguna sombra a su alrededor lo obligaba a detenerse. Ya había sido
amenazado por la rama de un árbol, un auto viejo, el reflejo de la
luna en una posa de agua y por un gatito que había pasado delante de
un foco de luz haciéndolo ver como un monstruo enorme y de afiladas
garras. En ese instante el nochero se detuvo, se dio un par de
minutos para pensar, se dio cuenta de lo imbécil de sus reacciones,
y empezó a caminar a su velocidad normal.
Una
cuadra más allá el foco de alumbrado público estaba quemado, por
lo que la mitad de la cuadra estaba en penumbras. El hombre sin
pensar simplemente apuró el paso para encontrarse luego con el
siguiente foco de luz funcional; curiosamente al continuar la marcha
el siguiente foco de la misma cuadra también se apagó, dejando la
calle completamente a oscuras. El cerebro del nochero intentó pensar
en alguna causa extraña, hasta que decidió que las coincidencias
existían, y que no era extraño un corte de luz en una noche como
esa.
El
nochero siguió caminando; cuando estaba por llegar a la esquina para
cruzar la calle el siguiente foco también se quemó, haciendo que el
nochero no fuera capaz de ver un agujero en la calle, haciéndolo
tropezar y caer en él. La ausencia de luz le impidió reaccionar a
la caída, haciendo que su cabeza se azotara en el borde del agujero
dejándolo inconsciente. En el fondo del agujero había cerca de
cinco centímetros de agua acumulada sobre la cual cayó la cara del
hombre, quien por su inconciencia no fue capaz de reaccionar: cinco
minutos más tarde el nochero había muerto ahogado. Su cadáver fue
descubierto a la mañana siguiente con una mueca de espanto. Desde
ese día esa esquina pasó a llamarse la esquina maldita, siendo
evitada por la mayoría de los transeúntes para evitar a la entidad
que había acabado con la vida del pobre nochero.