“Reloj
no marques las horas” se escuchaba en la vieja radio a pilas que
cargaba el indigente dentro de todos los cachureos con los que
deambulaba en un desvencijado carro de supermercado por las calles de
la ciudad. El hombre, quien había tenido una agitada vida, ahora
vivía su ancianidad como vagabundo, durmiendo en las calles y
llevando consigo su vida en un carro que había encontrado en un
basural siete años antes, y el que cuidaba casi con su vida. Las
malas decisiones tomadas durante su juventud y adultez le estaban
pasando la cuenta, y no quedaba más que seguir viviendo hasta que su
tiempo se acabara.
“Detén
el tiempo en tus brazos” cantaba emocionado el cantante, mientras
el indigente seguía caminando sin rumbo fijo, mientras veía a la
gente caminar apurada a su alrededor. Cuando era joven y tenía
cierta estructura en su vida andaba tan acelerado como el resto, pero
desde que estaba en la calle ya nada lo apuraba; de hecho no
recordaba hace cuántos años que no tenía reloj. Tal vez por eso le
gustaba esa canción, porque le recordaba el tiempo en que tenía
vida, y no se dedicaba sólo a sobrevivir.
“Haz
que la noche sea eterna” solfeaba melódicamente el cantante,
mientras el indigente intentaba avanzar entre el tumulto, que cada
vez caminaba más rápido. De pronto el hombre empezó a mirar
extrañado a la gente, pues la velocidad a la que caminaban no era
habitual; de hecho el hombre empezó a notar que las sombras se
desplazaban demasiado rápido y que estaba empezando a oscurecer
demasiado temprano. En un instante sintió que la gente lo rodeaba y
lo miraba moviendo sus cabezas a toda velocidad; de pronto una
sensación de peso incomparable se dejó sentir en su pecho,
haciéndole saber que su tiempo empezaba a acabar.
Los
transeúntes miraban extrañados a un vagabundo que caminaba con un
carro de supermercado. De un instante a otro el hombre se empezó a
mover cada vez más lento hasta casi quedar quieto en la calle. Una
mujer se le acercó, y se dio cuenta que respiraba menos de una vez
por minuto. De a poco la gente empezó a rodearlo y a mirar con
curiosidad la lentitud con que se movía. En ese momento un hombre
vio cómo su expresión empezaba a cambiar y empezaba a subir
lentamente su brazo derecho; media hora más tarde su mano llegó a
su pecho y sus ojos se pusieron blancos. Demoró tres horas en llegar
su cuerpo al suelo. En cuanto su corazón dejó de latir la radio
empezó a sonar, dejando escuchar la frase “reloj detén tu camino
porque mi vida se acaba”