La
muchacha miraba por la ventana salir el sol esa mañana. Le encantaba
levantarse temprano para ver salir el sol por el horizonte. Luego de
ello se bañaba, desayunaba e iniciaba el trayecto a su trabajo como
todos los días hábiles. Los fines de semana también se levantaba
temprano a ver salir el sol, para luego volver a acostarse y
despertar a una hora prudente para los días libres. Su vida, desde
que tenía uso de razón, parecía girar en torno al amanecer.
Esa
última semana la muchacha había visto al sol algo extraño. Luego
de años de mirarlo ya conocía sus características, y esos siete
días había amanecido más rojo que de costumbre, para al rato
volver a su coloración habitual. La muchacha estaba desayunando,
cuando de pronto vio una extraña información en el noticiario de la
mañana: científicos europeos decían haber descubierto que las
características del sol estaban cambiando, y que su radiación se
estaba haciendo peligrosa para el ser humano. La muchacha miró con
desdén la pantalla para luego terminar de desayunar e iniciar el
viaje a su trabajo. La joven sabía que el astro rey podría tener
muchas características, menos ser dañino para el humano, y menos
aún para ella.
Una
semana después se había desatado el caos. El so había aumentado
enormemente su actividad, las quemaduras solares se hacían pan de
cada día en los servicios de urgencia alrededor del planeta, y los
científicos habían dado un ultimátum: a la superficie de la tierra
no le quedaban más de tres meses de habitabilidad, antes que la
radiación solar empezara a cobrar vidas raudamente. Los gobiernos
del mundo se reunieron de urgencia en las naciones unidas, y
desarrollaron un ambicioso plan de construcción de túneles bajo
tierra usando los enormes taladros de minería y de construcción de
túneles de tren subterráneo. Usando toda la información geológica
disponible se dispusieron a cavar a toda velocidad la mayor cantidad
de túneles posibles para albergar a la población mundial y disponer
de acceso al agua y al aire: el resto de las provisiones se verían
con el paso de los días luego que empezaran a agotarse los alimentos
que ya se estaban acopiando.
Cuando
faltaba un día para el confinamiento, todo estaba listo. Mucha de la
gente ya había bajado a los túneles y el resto esperaba su turno
para bajar. A esa hora de la mañana la muchacha estaba frente al
amanecer mientras el rojo sol quemaba su piel. La muchacha no podía
creer que su amado sol se había convertido en su enemigo. De pronto
sonó el timbre: era su madre que venía a buscarla para llevarla al
refugio luego que muchacha hubiera quedado ciega por seguir mirando
al sol pese a las recomendaciones de los científicos y el gobierno.