Dice
el evangelio (apócrifo por cierto) de Nicodemo que cuando Jesús
murió, bajó al reino de Hades, lo derrotó, y sacó a todos los
patriarcas bíblicos y los llevó con él al cielo. Desde esa fecha
nada se ha sabido del dios del inframundo, de Caronte, de Cerberus,
ni de la persistencia del río Estigia. Dicen que la historia la
escriben los vencedores; sin embargo, es importante conocer la
versión de los vencidos para poder ver la realidad en perspectiva.
En
las profundidades de la realidad, allí donde sólo unos pocos
cerebros se pierden de vez en cuando, tres viejas entidades persisten
pese al paso del tiempo. Una es un perro enorme de tres cabezas con
enormes colmillos y baba colgante de cada una de sus bocas; sin
embargo sus dientes están amarillos, se le han caído varias piezas,
sus músculos ya no están tan marcados como antes, y en vez de
ladrar ahora se dedica casi sólo a dormir y a juguetear con las
otras dos entidades que lo acompañan; de vez en cuando inclusive les
hace fiestas a las otras entidades, tal como si aún fuera cachorro.
Otra
de las entidades es un ser cadavérico que otrora remaba su bote a
través del río Estigia llevando las almas al inframundo y cobrando
por ello; en aquel entonces sus brazos eran musculosos y su túnica
perfectamente tejida. Ahora sus brazos estaban fofos, su túnica
raída y sus huesos apenas se movían. Ahora pasaba su tiempo
recordando su pasado y soñando con que todo volviera en algún
instante a la normalidad; sin embargo y a cada momento sus esperanzas
eran cada vez menores, y veía su eterno futuro haciendo nada y
jugando de vez en cuando con su perro de tres cabezas.
La
última entidad era el alma más vieja de todas. Otrora casi el líder
del olimpo, ahora era el único dios del panteón que quedaba vivo;
sin embargo su reino no tenía más súbditos que un perro viejo y
cansado y un barquero que ya no navegaba. Su vista pasaba casi todo
el tiempo fija en el suelo, y su mente recordaba tiempos mejores. No
tenía sueños ni esperanzas, y sólo seguía vivo porque no podía
morir.
En
un instante cualquiera, no distinto de otro, se abrió el techo del
inframundo y una entidad de luz se materializó en el lugar. Caronte
tomó su remo y Cerberus se puso de pie ladrando con todas sus
fuerzas: sus memorias recordaban dicha presencia, y darían su última
mejor batalla antes de desaparecer de la realidad. Hades seguía
sentado mirando el piso. La entidad se acercó en paz, calmó al
perro y al barquero y se dirigió donde el otrora dios del
inframundo: había llegado el momento de reponer su reino, pero antes
debían quedar claras las condiciones para evitar nuevos malos
entendidos. Hades levantó su mirada; en ese instante empezó
nuevamente a fluir el viejo río Estigia en el lecho seco del
inframundo.