El
joven leía lo más rápido que podía esa tarde en la biblioteca.
Dada su precaria situación económica no tenía medios para comprar
libros, por lo que aprovechaba al máximo sus visitas a la biblioteca
leyendo la mayor cantidad de capítulos posible de sus libros
favoritos, para así no quedar con la duda del final de un día para
otro. Ya había hecho su costumbre el no leer libros de más de
ciento cincuenta páginas, que era el máximo que alcanzaba a leer en
una jornada para así terminarlos en una sola visita.
En
una de sus visitas a la biblioteca, antes de entrar, se puso a
conversar con un hombre mayor, que le recomendó un libro
encarecidamente, y le dijo que su contenido podía ser capaz hasta de
cambiarle la vida: el joven anotó el nombre, le agradeció al hombre
y en cuanto entró consultó por el título. El bibliotecario lo miró
con curiosidad, le dijo que lo tenía y fue a buscarlo al interior.
Grande fue la sorpresa del muchacho al ver un volumen gigantesco de
más de mil páginas en papel biblia, con caracteres bastante
pequeños. El bibliotecario le dijo que no se preocupara, que casi
nadie pedía ese libro, así que no habría problemas para poder
leerlo en varias visitas. El joven le preguntó al bibliotecario si
lo podía llevar a su domicilio, pero ello era imposible pues era la
única copia del texto, por lo que se lo llevó a su mesa de
costumbre y empezó ávidamente a leerlo.
Al
cuarto día de lectura el joven se encontró con la desagradable
sorpresa que otro lector había pedido el libro antes que él, por lo
que no podría continuar la lectura. El joven decidió esperar por si
el otro lector devolvía el libro, cosa que no pasó hasta la hora de
cierre; frustrado, el muchacho volvió a su domicilio sin haber leído
nada ese día. Pasaron cinco días, y cada vez que llegaba el libro
ya había sido pedido.
Al
sexto día el muchacho llegó temprano a pedir el libro; cuando el
bibliotecario le dijo que ya había sido solicitado, sacó de entre
sus ropas una pistola, disparándole en la cabeza. El joven entró a
la sala de lectura donde la gente huía despavorida al verlo con la
pistola humeante en la mano; el muchacho encontró a quien había
pedido el libro, puso la pistola en su cabeza y disparó nuevamente.
El joven se sentó en la sala de lectura, abrió el libro donde había
quedado y empezó a leer. Quince minutos más tarde llegó la policía
a terminar con el cambio de vida que el libro le había regalado