La
entidad meditaba en silencio en un lugar indeterminado del tiempo y
del espacio. El ser usaba una antigua posición aprendida en la época
en que tuvo cuerpo físico, pues le ayudaba a abstraerse de la
realidad que lo rodeaba. Su poderosa mente tenía un fin para dicha
meditación: ver al Creador en persona.
La
entidad bajó su frecuencia de vibración para utilizar la menor
cantidad de energía posible en existir, y destinarla toda a
acercarse a la creación divina. Sin mucha dificultad empezó a
regresar en el tiempo a la época en que aún encarnaba, y desde allí
empezó a viajar a su pasado. Había sucesos en sus encarnaciones que
en otras oportunidades podrían haberlo sobresaltado y hasta
avergonzado, pero era tal su nivel de concentración, que ahora
pasaban frente a él como lo que eran: recuerdos de un pasado remoto
que le habían permitido llegar a donde estaba en ese momento. Su
mente retrocedía en el tiempo a gran velocidad, y cada vez se
acercaba más al instante en que su alma inmortal fue creada.
La
entidad se encontraba en una realidad casi incomprensible para su
nivel de evolución. Mataba para comer, ingería animales crudos, y
la ingesta de trozos de sus almas le causaban inquietud; varios
segundos debió utilizar para comprender que ello había ocurrido
hace eones y que ya estaba limpio de todas esas barbaridades que
cometió durante su desarrollo. De pronto saltó a una encarnación
en que apenas tenía conciencia de su entorno, y que duró un tiempo
bastante breve: había llegado a su primera vida física, lo que lo
ponía ad portas de presenciar la creación de su alma y conocer a su
Creador.
La
entidad seguía vibrando bajo para no malgastar energía. Se
encontraba rodeado de seres de luz que estaban concentrados en torno
a él, en un entorno invisible para sus sentidos. Mientras retrocedía
en el tiempo le era más difícil visualizar lo que pasaba a su
alrededor, pues todo lo veía desde dentro de sí mismo; en ese
instante su mente entendió que no estaba viviendo ese instante sino
observándolo. Luego de tomar conciencia de ello pudo separarse de sí
mismo y convertirse en espectador del evento. Así pues pudo verse
tendido en una superficie blanca rodeado de seres de luz llenos de
amor que insuflaban su propia energía para ayudar a crear su alma, y
que vibraban a una frecuencia tan alta que agitaban todo el entorno.
De pronto las entidades guardaron silencio: había llegado el momento
en que el Creador aparecería a darle el soplo vital inicial a su
proyecto de alma. Grande fue su sorpresa, y casi mayor su decepción,
al darse cuenta que el Creador, el infusor de la energía inicial,
era él mismo.