El
adolescente escuchaba música en su teléfono celular conectado con
audífonos inalámbricos. Después del celular los audífonos habían
sido el mejor regalo que sus padres le habían hecho, pues ya no
debía lidiar con la incomodidad de un cable que se enredaba en los
botones y cierres de su ropa, y que inclusive a veces se enganchaba
en sus dedos cuando andaba descuidado. Ahora podía caminar
libremente y hasta desplazarse en el transporte público sin mayores
problemas.
Esa
mañana el joven iba camino a su colegio. Luego de abordar el bus en
el paradero se sentó al final de la máquina para ir escuchando
música sin que nadie lo molestara y llegar relajado a clases. A la
mitad de uno de los temas, de pronto la señal se interrumpió, para
luego empezar a escuchar una canción que parecía ser del gusto de
sus abuelos, con instrumentos no electrónicos y una voz que sonaba
dulce y melodiosa sin necesidad de filtros ni efectos. El joven sacó
su teléfono, desconectó los audífonos y los volvió a conectar,
con lo cual recuperó su música de siempre; de todos modos revisó
su lista de reproducción para asegurarse que no se había colado
nada extraño, o que alguno de sus padres le hubiera gastado alguna
broma.
Dos
cuadras más allá de nuevo su lista se interrumpió para dar paso a
música de abuelos; el muchacho interpretó que sus auriculares se
estaban conectando a la señal de otro teléfono o reproductor. El
joven empezó a mirar a su alrededor, y no encontró a nadie añoso;
de hecho los que iban escuchando música lo hacían con audífonos
con cables, por lo que no fue capaz de identificar el origen de dicha
música. De pronto el cansancio del despertar temprano hizo presa de
él, quedándose dormido.
El
joven despertó de pronto asustado, pensando en que se había pasado
de largo en el camino al colegio. Al despertar se dio cuenta que
seguía escuchando música de abuelos, pero que era reproducida por
la radio del bus. En ese instante se dio cuenta que algo
incomprensible había pasado: ya no tenía sus audífonos ni su
teléfono, estaba vestido con ropas muy antiguas pero aparentemente
recién fabricada, en vez de su mochila llevaba un bolso de cuero
duro con dos ganchos para su cierre, todos a su alrededor estaban
vestidos con ropa antigua, y la ciudad se veía como en las fotos de
sus abuelos. Al bajar del bus se encontró con una ciudad que no
conocía, que parecía estar cincuenta años en el pasado y a la cual
no pertenecía; al mirar el vehículo alejarse se dio cuenta que
tenía dos grandes ganchos en su techo que se conectaban a la red
eléctrica. Aparentemente debería aprender a vivir esa nueva
realidad, y lo mejor era partir entrando a su viejo colegio que ahora
parecía estar recién construido.