Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, noviembre 27, 2021

Barra

 El hombre estaba sentado a la barra de un bar, bebiendo un trago amargo para equiparar su amargura. El hombre casi no sabía sonreír, pasaba todo el día reclamando contra todo y todos, y a su edad ya no tenía amigos, pues toda la gente se alejaba de él al ver su visión pesimista y derrotista de la vida. El hombre se sentía algo solo, pero no tenía intenciones de cambiar de estilo de vida pese a los problemas que ello le había provocado hasta ese entonces.

Cuando el hombre pidió su segundo trago, una muchacha joven, que bien podría tener la edad de una hija si es que él hubiera tenido hijos, se sentó a su lado y pidió un trago dulce, con muchos colores y adornos que lo hacían ver más bien como una copa de helados de una tarde de cumpleaños infantil. La joven de inmediato empezó a hablarle al hombre, gesticulando con todo el cuerpo y riendo a viva voz a cada rato. El hombre la miró con cara de extrañeza y siguió bebiendo su trago; de pronto la muchacha tomó el antebrazo del hombre para lograr su atención. El hombre retiró el brazo bruscamente, y le dijo a la joven que no le interesaba escuchar lo que ella tuviera que contar, y que por favor buscara a alguien más con quien hablar. La muchacha lo miró con asombro, terminó de beber su trago, lo pagó y se fue.

Media hora más tarde el hombre seguía bebiendo en la barra. En ese instante reapareció la muchacha, mucho menos hiperventilada y más relajada. Se sentó nuevamente al lado del hombre, pidió otro trago dulce y empezó nuevamente a hablarle, ya sin gesticular tanto y en voz más baja. El hombre la volvió a mirar, y le repitió que no quería hablarle ni escucharla. La joven terminó su trago, lo pagó y se fue.

Una hora más tarde el hombre seguía bebiendo pausadamente en la barra. En ese momento reapareció la muchacha: ahora venía vestida de gris, sin maquillaje, y con semblante amargado. Se sentó al lado del hombre, y ahora pidió lo mismo que el hombre estaba bebiendo. La joven empezó a beber, esta vez en silencio. El hombre la miró de reojo, y esbozó una sonrisa; al parecer la joven había entendido que ese era el único modo de acercarse a él. Mientras tanto el bartender miraba al hombre sentado solo a la barra, con dos tragos iguales, y dos tragos dulces que nunca había tocado pero que de todas maneras debería pagar antes de irse a casa.