El
hombre estaba sentado a la barra de un bar, bebiendo un trago amargo
para equiparar su amargura. El hombre casi no sabía sonreír, pasaba
todo el día reclamando contra todo y todos, y a su edad ya no tenía
amigos, pues toda la gente se alejaba de él al ver su visión
pesimista y derrotista de la vida. El hombre se sentía algo solo,
pero no tenía intenciones de cambiar de estilo de vida pese a los
problemas que ello le había provocado hasta ese entonces.
Cuando
el hombre pidió su segundo trago, una muchacha joven, que bien
podría tener la edad de una hija si es que él hubiera tenido hijos,
se sentó a su lado y pidió un trago dulce, con muchos colores y
adornos que lo hacían ver más bien como una copa de helados de una
tarde de cumpleaños infantil. La joven de inmediato empezó a
hablarle al hombre, gesticulando con todo el cuerpo y riendo a viva
voz a cada rato. El hombre la miró con cara de extrañeza y siguió
bebiendo su trago; de pronto la muchacha tomó el antebrazo del
hombre para lograr su atención. El hombre retiró el brazo
bruscamente, y le dijo a la joven que no le interesaba escuchar lo
que ella tuviera que contar, y que por favor buscara a alguien más
con quien hablar. La muchacha lo miró con asombro, terminó de beber
su trago, lo pagó y se fue.
Media
hora más tarde el hombre seguía bebiendo en la barra. En ese
instante reapareció la muchacha, mucho menos hiperventilada y más
relajada. Se sentó nuevamente al lado del hombre, pidió otro trago
dulce y empezó nuevamente a hablarle, ya sin gesticular tanto y en
voz más baja. El hombre la volvió a mirar, y le repitió que no
quería hablarle ni escucharla. La joven terminó su trago, lo pagó
y se fue.
Una
hora más tarde el hombre seguía bebiendo pausadamente en la barra.
En ese momento reapareció la muchacha: ahora venía vestida de gris,
sin maquillaje, y con semblante amargado. Se sentó al lado del
hombre, y ahora pidió lo mismo que el hombre estaba bebiendo. La
joven empezó a beber, esta vez en silencio. El hombre la miró de
reojo, y esbozó una sonrisa; al parecer la joven había entendido
que ese era el único modo de acercarse a él. Mientras tanto el
bartender miraba al hombre sentado solo a la barra, con dos tragos
iguales, y dos tragos dulces que nunca había tocado pero que de
todas maneras debería pagar antes de irse a casa.