Si entras a este blog es bajo tu absoluta responsabilidad. Nadie asegura que salgas vivo... o entero. Si imaginaste que aquellas pesadillas interminables que sufrí­as de niño cuando te daba fiebre eran horrorosas, prepárate para conocer una nueva dimensión de la palabra HORROR...

sábado, noviembre 20, 2021

Psicólogo

La muchacha se sentía extremadamente cansada esa mañana. Pese a su juventud, las presiones de su familia eran tales que no la dejaban en paz y el estrés estaba empezando a hacer mella en su estado de ánimo. La joven se esforzaba meditando, haciendo yoga y taichí, tomando aguas de hierbas relajantes y todo cuanto estuviera a su mano para ayudarse a sobrellevar las tensiones de la vida; sin embargo ya era tanto el nivel de estrés que consultó a un médico general, quien luego de entrevistarla y evaluarla le sugirió encarecidamente que buscara la ayuda de un psicólogo o en su defecto, de un psiquiatra. Luego de pensarlo un par de días, decidió intentar con un psicólogo.

Esa tarde la muchacha se presentó a su cita con el psicólogo a la hora de salida del trabajo. El profesional, un hombre añoso, escuchó tranquilamente el motivo de consulta de la joven sin interrumpirla; luego que ella terminó de hablar no hizo ninguna pregunta, pues la joven era lo suficientemente metódica como para no obviar detalle alguno. El hombre miró sus notas, y le dijo a la joven que necesitaba hipnotizarla, por lo que debía acudir a la semana siguiente con un acompañante de su confianza como testigo del proceso, y para darle tranquilidad y seguridad a ella. La joven salió extrañada de la consulta, y de inmediato contactó a su mejor amiga para pedirle que la acompañara; en menos de tres minutos ya estaban de acuerdo en donde juntarse a la semana siguiente.

La joven llegó a la consulta junto con su amiga. El psicólogo las hizo sentarse y les dio una extensa explicación de lo que pasaría, el rol de la acompañante, y la necesidad de contar con la confianza absoluta de la paciente. Al terminar el profesional hizo que ambas mujeres firmaran una carta de consentimiento, luego de lo cual las hizo pasar a una oficina más pequeña con un diván y un par de sillas, y sin adornos en sus paredes. El profesional empezó a relajar a la mujer con una serie de instrucciones, hasta que de pronto la joven perdió el conocimiento. De pronto la voz del psicólogo le dio la orden de despertar.

La muchacha miraba el entorno. El psicólogo estaba sentado casi al lado de ella, apagando una grabadora; tras él estaba su amiga con cara de estupor, y de no creer lo que había pasado. El psicólogo le pidió a la muchacha que le pasara el pendrive que le había pedido que trajera, y en menos de dos minutos había copiado el archivo de audio, dándole instrucciones para que lo escuchara con calma en su casa, y que si luego de ello necesitaba algo, que lo llamara. Ambas mujeres salieron de la oficina: su amiga apuró una despedida, hizo parar un taxi y desapareció del lugar, dejando sola y confundida a la muchacha, quien esperó el bus para ir a su casa.

Una hora y media después, luego de haber comido algo y de intentar llamar a su amiga sin resultados, puso el pendrive en su notebook y reprodujo el archivo. La joven intentaba entender lo que estaba escuchando, y lograba entender plenamente la actitud de su amiga. En el audio se escuchaba al psicólogo ordenándole dirigirse al inicio del problema. En ese momento su voz aletargada describía una especie de plantación, en la cual ella, que en ese instante era hombre, era el dueño del lugar. Su plantación era trabajada por media docena de esclavos negros a quienes él maltrataba regular y cruelmente. La voz del psicólogo le preguntó qué tenía que ver eso con su estrés: su voz aletargada respondió que en esa encarnación su familia actual eran sus esclavos, y en el presente no estaban más que cobrando la deuda adquirida en ese entonces por ella con ellos.