El
anciano miraba la lluvia caer por su ventana esa tarde de invierno.
Hacía años que su ciudad estaba sumida en una terrible sequía que
había provocado hasta racionamientos en la distribución de agua de
uso domiciliario, por lo que dicha lluvia parecía más bien el
levantamiento de un castigo por parte de la divinidad que un fenómeno
meteorológico explicable por procesos geofísicos. Independiente de
la causa, el anciano disfrutaba de ver la lluvia caer, tal como lo
había hecho desde su juventud.
El
anciano había nacido en una ciudad lluviosa, por lo que estaba
acostumbrado a meses largos de invierno en que la lluvia podía durar
hasta semanas, y en que el volumen de agua no era impedimento para
detener las actividades de la vida; por tanto para él era natural
salir a trabajar o de compras con lluvia, cosa que aparentemente
restringía a las generaciones más jóvenes quienes preferían
quedarse en sus casas que seguir funcionando con algo tan natural
como agua cayendo desde el cielo. Aparte de su costumbre, el anciano
contaba con una salud a prueba de todo, por lo que rara vez se
resfriaba. Sin embargo en dicha ocasión y dada su avanzada edad
prefirió no salir, pues le quedaba comida disponible para más de
una semana. Así, el anciano disfrutaba la tarde viendo la lluvia
caer.
El
anciano veía cómo la lluvia caía a raudales, recordándole los
viejos tiempos. Hacía décadas que no veía llover así, y ello lo
ponía contento pues esa lluvia aseguraba el fin de la sequía y el
inicio de mejores tiempos. Todo el país se vería beneficiado, y eso
lo alegraba aún más pues aseguraba el futuro de sus nietos y de
todas las generaciones futuras. La lluvia era una bendición, y él
era un hombre privilegiado al poder verla.
Algunos
minutos más tarde la intensidad de la lluvia había aumentado, y el
anciano veía cómo se empezaba a acumular el agua en las calles y
veredas. El anciano entonces decidió encender el televisor para ver
las noticias de las eventuales inundaciones, y si algún conductor de
televisión decidía armar una campaña para ir en ayuda de los
eventuales damnificados.
El
anciano no lograba entender lo que estaba pasando. Los canales de
televisión parecían estar en cadena trasmitiendo desde una ciudad
en el extranjero en un idioma desconocido; el anciano creyó entender
que la persona que aparecía en pantalla era un astrónomo, y no
comprendía por qué hablaba un astrónomo en vez de un meteorólogo
o un político. Su sordera le impidió escuchar al traductor, quien
explicaba con acento neutro y tono desafectado que horas antes un
cometa había impactado en la antártica, que ello había liberado a
la atmósfera millones de toneladas de agua, y que ella estaba
precipitando en forma de diluvio que en pocas horas cubriría por
completo la superficie de la tierra, acabando con toda la fauna del
planeta, incluyendo por supuesto a los seres humanos.