El
sol pegaba fuerte esa mañana de primavera. El jardinero ya llevaba
cerca de dos horas cortando el césped, y pese a la ropa y al
bloqueador solar sentía la piel algo ardiente. Es por ello que a esa
hora del día ya llevaba más de un litro de agua bebido, debiendo
rellenar su botella con la misma manguera que utilizaba para regar el
sector del parque que estaba a su cargo. El hombre llevaba más de
treinta años en el oficio que consideraba su forma de vida, y pese a
las falencias económicas se sentía conforme con lo que él
consideraba su vocación.
Una
hora más tarde, y una vez que había empezado a emparejar el césped
con una orilladora, una abeja apareció cerca de su rostro y empezó
a revolotear frente a sus ojos. A su edad había sido picado por
abejas más de treinta veces, por lo que sabía que no era alérgico
y que no dolía demasiado; sin embargo, el hecho que estuviera tan
cerca de su cara era algo más peligroso, pensando en el riesgo que
intentara picar alguno de sus ojos. El hombre empezó a mover usa de
sus manos frente a su rostro para corretear al insecto, sin resultado
alguno.
Media
hora más tarde el insecto seguía revoloteando frente a su rostro;
el jardinero ya estaba bastante molesto pues el insecto no lo dejaba
trabajar en paz. El hombre le había tirado manotazos, le había
lanzado agua, inclusive hasta intentó asustarlo con la orilladora
pero no lograba nada, parecía como si el insecto estuviera
obsesionado con él. El jardinero se acercó al borde de la vereda
para terminar de orillar el césped; de pronto y sin provocación la
abeja se lanzó directo a su rostro, obligándolo a retroceder
bruscamente. Un segundo más tarde un vehículo que venía a alta
velocidad se subió a la vereda y pasó justo por donde estaba el
jardinero trabajando.
El
jardinero estaba sentado en la vereda hablando con la policía. El
conductor que casi lo mató venía ebrio y luego de subirse a la
vereda chocó con un poste del alumbrado, derribándolo y deteniendo
su carrera. Los policías casi no le creyeron al jardinero cuando les
contó que una abeja le había salvado la vida; sólo se convencieron
cuando vieron que en la flor de hibisco que el jardinero tenía en su
mano, una pequeña abeja libaba su néctar.