La
mujer miraba desconcentrada el entorno en el paradero de buses.
Parecía estar triste, pero no era capaz de saber el motivo de su
tristeza. En algún momento quiso creer que su cerebro estaba
antelando algún suceso desagradable que sucedería en el futuro
mediato, como si fuera una suerte de vidente, cosa que distaba
demasiado de su realidad. Algo pasaba en su cerebro y ello la
angustiaba, y la angustia la hacía parecer desconcentrada. De pronto
su cerebro se conectó cuando el bus que debía tomar se detenía y
abría las puertas en el paradero, como esperando a que ella subiera.
La
mujer miraba desconcentrada el trayecto de su viaje. Las calles
parecían no haber cambiado en los últimos siete años, en que hacía
el mismo recorrido para ir a su trabajo. El pavimento, los árboles,
los negocios y hasta la gente parecía no haber cambiado en nada los
últimos siete años. Todo se veía igual de gris que siempre, los
colores parecían haber desaparecido del entorno; para más remate
estaba empezando el otoño, por lo que el cielo estaba nublado y los
árboles empezaban a tomar el característico tono amarillento. Nada
parecía tener vida, y hasta los vivos parecían simplemente
subsistir sin trascender.
La
mujer miraba desconcentrada la calle luego de bajarse del bus para
caminar las dos cuadras que separaban el paradero de su lugar de
trabajo. Un perro pasó al lado de ella sin mirarla ni mover su cola;
un gato lamía sus manos en una muralla sin tomarla en cuenta. Un
zorzal aterrizó delante de ella y se quedó tieso mientras la mujer
pasaba sus pies por encima de él. Parecía que no existía para los
animales. Las personas la evitaban sin mirarla a los ojos, y los
niños que iban de la mano de sus padres y madres parecían no verla.
Su angustia se mantenía pero no creció, pues ya estaba por llegar a
su trabajo donde debería estar concentrada para ejercer sus labores.
La
mujer miraba desconcentrada a la persona que estaba sentada delante
de ella. El hombre joven le contaba sus problemas sin que ella
pareciera ser capaz de entender lo que le estaba diciendo. La
psiquiatra terminó de escuchar al hombre, sacó su recetario, y sin
mediar palabra alguna extendió una receta por los fármacos que el
hombre venía tomando hacía años por indicación de ella. Al salir
el hombre miró a la recepcionista quien sólo se encogió de
hombros. La administrativa sabía que ese sería un día extraño al
ver llegar a la profesional sin su vehículo del año, en locomoción
colectiva, vestida sin combinar colores y sin maquillaje. Mientras
tanto la profesional intentaba entender qué le pasaba mientras se
miraba al espejo sin reconocerse, ni saber por qué hacía lo que
hacía.