Dicen
algunas personas que creen saber cosas ocultas para el común de los
humanos, que la existencia física se basa en diferentes frecuencias
de vibración, y que todo a nuestro alrededor, incluidos nosotros
mismos, somos vibración. La joven cantante no tenía idea de ello,
simplemente le encantaba escuchar música y dejaba que los sonidos la
llevaran a lugares inexistentes que su mente creaba al escuchar cada
sonido. Muchas veces se había descubierto cantando a viva voz en la
calle, debiendo luego agachar la cabeza y seguir en silencio al ver
las miradas de curiosidad o desaprobación que dicha conducta
generaba en su entorno. Sin embargo la música la hacía feliz, tanto
para escucharla como para cantarla o imaginarla.
La
muchacha caminaba por un paseo peatonal exageradamente concurrido a
esa hora de la tarde. El calor y la gran aglomeración de gente la
hacían ver borroso en algunos instantes; aparte de ello ese día no
había alcanzado a almorzar y no había tomado mucha agua, por lo que
los efectos de dichas acciones empezaban a hacer mella en su cerebro.
De todos modos la música que reproducía su celular en ese instante
la daba la fuerza suficiente para seguir avanzando pese al cansancio
y la deshidratación.
La
muchacha cruzó una calle sin fijarse; un segundo después escuchó
un bocinazo. Al darse vuelta a ver el vehículo que casi la había
atropellado, creyó ver una calavera envuelta en llamas; la joven
entendió que necesitaba comer algo y beber agua rápido, o corría
el riesgo de terminar en un servicio de urgencias. Tres metros pasado
el incidente encontró un quiosco donde compró un par de barras
energéticas y una botella de medio litro de agua sin gas, cosas que
engulló y bebió aceleradamente. Luego de descansar un par de
minutos sintió su cuerpo más equilibrado, por lo que pudo seguir
con más seguridad su marcha.
La
joven estaba algo confundida; diez metros pasado el quiosco la joven
vio cómo un ave multicolor se paraba en su brazo moviéndose al
ritmo de la música. Dos metros más allá el pavimento tomó un
maravilloso color tornasol, que cambiaba según las notas del bajo y
de la percusión de la música de su celular. La joven se asustó un
poco y decidió sentarse a descansar; a un metro de distancia había
un banco de plaza en el cual se sentó. Al hacerlo el banco se
convirtió en un oso polar que dormía con la muchacha sentada sobre
su espalda. De pronto la joven vio que la gente a su alrededor se
transformaba en animales de colores inexistentes que bailaban al
ritmo de su música. La joven decidió acostarse en el oso polar,
viendo cómo los animales multicolores la rodeaban y bailaban en
torno a ella. En ese momento una cebra se acercó a ella y empezó a
bailar con sus patas delanteras sobre su tórax, provocándole
cosquillas. La fiesta a su alrededor se hacía interminable, y la
muchacha simplemente decidió dejarse llevar por la vibración de su
música. En el mundo real la cebra, que no era otra cosa que un
funcionario de ambulancia de rescate, miró su reloj y dictaminó la
hora de muerte de la muchacha, deteniendo las maniobras de
reanimación que había llevado por los últimos cuarenta minutos.