La
secretaria estaba sentada en la azotea del edificio con las piernas
colgando. Si bien era cierto andaba con una falda muy corta, no le
preocupaba que alguien la pudiera ver: sentada en la azotea del piso
treinta no había muchos edificios que alcanzaran dicha altura en los
alrededores, por lo que la posibilidad que algún fisgón la
estuviera mirando era mínima. De hecho si quisiera saltar al vacío
tampoco sería fácil notarlo hasta que ya fuera demasiado tarde. Si
quisiera podría hasta pasearse desnuda o bailar vestida de gitana y
nadie notaría su presencia. De hecho estaba en la azotea por eso,
porque nadie notaba su presencia.
La
secretaria volvió a su puesto de trabajo; hacía ya dos meses que
nadie la saludaba ni la miraba, ni le preguntaba cómo se sentía.
Esos dos meses habían permanecido las mismas carpetas en su
escritorio, con un trabajo de contabilidad que apenas avanzaba, pues
como nadie le hablaba no conseguía ayuda. De hecho había intentado
hablar con su jefe, pero éste tampoco le dio audiencia; en una
oportunidad cuando el jefe salió de la oficina caminó al lado de él
explicándole la situación, sin que el hombre siquiera pareciera
notar su presencia. Su trabajo se estaba haciendo insoportable, y su
vida personal tampoco estaba mejor que ello.
La
secretaria vivía con su marido y su pequeño hijo a pocas cuadras
del trabajo. Esos dos meses su esposo tampoco le hablaba, y sólo su
hijo seguía jugando con ella; sin embargo cuando su marido llegaba a
casa sacaba al pequeño rápidamente del dormitorio matrimonial para
acostarlo y quedarse sentado en silencio al borde de la cama, sin
hablarle, hasta que el cansancio lo vencía y se acostaba a dormir.
La mujer había intentado en varias ocasiones jugar en la cama con su
marido, pero él no la miraba y seguía durmiendo. Su vida se estaba
convirtiendo en una debacle de la cual no sabía cómo escapar.
La
secretaria estaba sentada en la azotea del edificio con las piernas
colgando. Luego de mirar la ciudad desde las alturas un rato decidió
volver al trabajo. Al llegar a la oficina el jefe convocó a toda la
gente para que los acompañara a una inauguración o ceremonia; a
regañadientes la secretaria siguió a sus compañeros al lugar
indicado. Al llegar al auditorio la situación se puso
incomprensible: a la entrada estaba el dueño de la empresa quien
junto a su jefe descubrieron una placa con el nombre de la
secretaria, junto a la cual se encontraba una foto de ella. En la
placa había dos fechas, la de su nacimiento y la del día en que
dejaron de hablarle. En ese instante su memoria volvió a ella: dos
meses atrás, al pararse de la azotea donde acostumbraba sentarse a
descansar perdió el equilibrio y cayó al vacío, muriendo en el
acto. Ahora la joven entendía por qué nadie le hablaba; en ese
momento la joven vio una luz a la distancia que parecía llamarla.
Antes de irse vio a su hijo, quien estaba invitado junto a su marido
en la ceremonia, agitar su mano en señal de despedida al alma de su
madre.